miércoles, 28 de mayo de 2008

Capítulo 18

Capítulo 18

Llevaban casi una hora de camino, acababan de entrar en Galicia y a Hagen se le veía cada vez peor. Su respiración era entrecortada, tenía bastante fiebre y deliraba. Él mismo empezaba a notar que estaba cada vez más débil y tenía unas décimas de fiebre. Les quedaban por delante más de dos horas de viaje y sabía que no llegarían, por lo menos en las mejores condiciones.

Tantos años persiguiéndolo –pensó‑, tantas veces que logró regatear a la muerte y ahora, gracias a unos auténticos majaderos, probablemente todo se iría al garete. Pero no estaba dispuesto a dejarse vencer tan fácilmente, lucharía contra la enfermedad con todas sus fuerzas y, si finalmente perdía, pues bueno, mala suerte para los supervivientes.

Sopesó sus opciones y optó por lo más sensato, dirigirse hacia la siguiente población que indicaba su navegador. Burela, podía leerse, un típico pueblo costero de ocho mil habitantes, con el puerto pesquero más importante de todo el mar Cantábrico. Introdujo la búsqueda de un hotel y aceleró la marcha.

Al entrar en la población, a la derecha, se encontró una gasolinera, le llamó la atención que sus dos empleados llevaban puesta una mascarilla, de las de tipo quirúrgico. No se detuvo. Apenas se veía gente por la avenida principal, una larga recta en bajada a mitad de la cual se encontraba su hotel. Estacionó su vehículo justo enfrente y se dirigió a la recepción. Mostró su pasaporte y se identificó como un vendedor de equipos informáticos. Pidió una habitación doble con dos camas y le explicó al recepcionista la situación en que se encontraba su compañero. Entre los dos lograron subirlo a la habitación y recostarlo en una de las camas.

‑Muchas gracias ha sido muy amable –le dijo mientras le alargaba un billete de veinte euros.

‑No es necesario, señor –exclamó educadamente el recepcionista.

‑Insisto, por favor –replicó‑. Por cierto me he fijado que los empleados de la gasolinera llevaban mascarillas, ¿ha ocurrido algo?

‑ ¿No se ha enterado? –preguntó‑. Claro es usted extranjero. Han dicho por la televisión que hay una epidemia de gripe en todo el país.

‑Nada grave, espero –mintió Duncan.

‑Parece ser que no, pero han recomendado quedarse en casa y no circular por las calles, por los contagios supongo.

‑Bueno, entonces ya sé lo que tiene mi compañero –sonrió‑, ¿podría indicarme dónde puedo encontrar una farmacia? –agregó mientras salían de la habitación.

Apenas pudo conseguir una caja de aspirinas, la gente había acudido en masa a las farmacias y prácticamente se habían quedado sin existencias. Le comentaron que incluso habían tenido que despachar antibióticos –totalmente ineficaces ante una enfermedad viral‑, ya que algunos individuos se habían comportado de manera violenta y así, al menos, lograron evitar altercados más graves.

Se topó con varios transeúntes, todos cargados con bolsas llenas de alimentos y con la susodicha mascarilla puesta. Entró en una tienda de alimentación y se quedó estupefacto mirando el interior. La mayor parte de los estantes estaban prácticamente vacíos. Se hizo con unas cuantas botellas de bebida isotónica y bastantes bolsas con hielo.

Ya en el hotel, tras hablar con el conserje y asegurarse de que no les molestarían, aseguró la puerta por dentro y deshizo las maletas.

‑Vaya –exclamó mientras empuñaba el arma de Hagen, idéntica a la suya‑, el muchacho tiene iniciativa y ha venido prevenido. Guardó las pistolas y la munición en la caja fuerte y colocó la ropa en el armario.

Logró desvestir a su ayudante y le aplicó hielo envuelto en toallas bajo su cuello y axilas, así como en su frente, con el fin de intentar rebajar su temperatura corporal.

Su indisposición iba en aumento, tenía cada vez más fiebre y malestar general, así que se tomó un par de aspirinas y decidió dormir un rato.

Cuando despertó se sentía como si le hubiesen dado una paliza, le dolían todos los músculos del cuerpo y tenía más fiebre. Notó que estaba oscureciendo. Miró el reloj y vio que había dormido casi ocho horas. Haciendo acopio de todas sus fuerzas logró levantarse y echó un vistazo a la cama de al lado.

Hagen, inconsciente, respiraba de un modo inapreciable, pero estaba vivo. Le tocó la frente. Estaba ardiendo, el hielo no había hecho ningún efecto, aún así volvió a aplicárselo. Luego se tomó otras dos aspirinas junto con dos litros de la bebida isotónica. Como pudo se aplicó hielo a sí mismo y se volvió a quedar dormido, agotado.

viernes, 23 de mayo de 2008

Capítulo 17

Capítulo 17

Pudieron hablar con todos sus amigos, a excepción de Sonia, cuyo teléfono estaba apagado. Todos prefirieron quedarse en casa con sus familiares. Lógico, pensó Carlos, sobre todo teniendo en cuenta que probablemente serían sus últimas horas juntos. Decidieron que Toni les llevaría los radioteléfonos y así podrían estar en contacto.

Carlos partió hacia el centro de salud, pero a mitad de camino tuvo que dar la vuelta. El atasco era monumental, la cola de vehículos pasaba de diez kilómetros y apenas se podía avanzar. Después de estar una hora en el atasco, volvió a su casa a esperar que llegase su amigo.

Toni, por su parte, tardó más de dos horas. –Joder no veas cómo está todo colapsado –comentó al regresar‑, en el centro comercial ha tenido que intervenir la policía.

‑Lo sé, he estado viendo la televisión un rato mientras te esperaba. Han comenzado los disturbios, sobre todo en los centros comerciales, incluso en alguna ciudad ha habido víctimas mortales ya. En Madrid, por ejemplo, han echado mano del ejército antes de lo esperado, para intentar contener al gentío. Parece ser que de seguir las cosas así han sugerido que hoy a las ocho se declarará el estado de excepción –anunció.

‑Tal y como dijo el norteamericano –exclamó Toni.

‑Parece ser que el tío sabía de lo que hablaba –dijo Carlos‑. Oye necesito llevarme tu moto, no he podido acercarme al centro de salud debido al caos de tráfico y estoy preocupado por ella.

‑Sin problema, toda tuya. Deberíais salir juntos; sois tal para cual.

‑Ya sabes que por mí encantado…‑confesó Carlos.

‑Bueno, te esperaré echando unas partiditas en tu videoconsola, que aun no he estrenado tu plasma, tendrás cerveza a enfriar, ¿no? –bromeó mientras se dirigía a la cocina.

La motocicleta era una Yamaha FZ6 Fazer, de color negro grafito. Sin ser de competición, sus noventa y ocho caballos de potencia servían perfectamente para salir airoso de cualquier situación y permitían conducirla cómodamente a velocidades superiores a los ciento cincuenta kilómetros por hora.

A Carlos le encantaba pilotar una moto y, ésta en particular la conocía bastante bien, ya había hecho más de mil kilómetros con ella. Le producía una sensación de libertad, casi euforia, que con el coche no lograba.

Le llevó casi una hora cubrir los apenas diez kilómetros que lo separaban del centro de salud. El atasco era monumental, un caos alimentado además por los muchos accidentes que se encontró en el camino.

Una vez allí la situación era peor. La entrada de urgencias estaba colapsada, la policía local y la seguridad privada apenas podían poner algo de orden. Los servicios sanitarios atendían a la gente en los accesos y en el mismo parking.

Desechó la idea de preguntar por Sonia en recepción, lo mandarían a hacer puñetas, y con razón. Entró por la puerta de urgencias y tuvo la suerte de encontrarse prácticamente de frente con Nuria.

‑Hola Carlos, ¿qué tal estás? –dijo con muestras visibles de agotamiento.

‑Bueno, parece que mucho mejor que tú. Ya veo que estáis hasta los topes y no quiero molestar más. ¿Dónde puedo encontrar a Sonia?

‑Ha bajado a echar una mano a urgencias, búscala por algún box.

‑Gracias. Oye, esto va a ir a peor, supongo que habrás oído las noticias, si en algún momento quieres venir a mi casa, no necesitas invitación.

A modo de respuesta, asintió y le dio un beso en la mejilla, alejándose a atender a más pacientes.


La encontró colocándole bien la almohada a una anciana que respiraba con dificultad. Se miraron y ella se derrumbó, rompiendo a llorar. Se acercó a ella y la abrazó. Salieron al pasillo para poder hablar con algo de intimidad.

‑Se está muriendo, no podemos hacer nada por ella –se quejó llorosa.

‑Entiendo, pero no es culpa tuya y lo sabes –la intentó consolar Carlos.

‑¡Hijos de puta! ¿Cómo puede alguien provocar tanto dolor?

‑No lo sé, me siento igual de impotente que tú, pero poco más se puede hacer por lo que veo –manifestó mirándola a los ojos.

‑Sí, pero eso no me hace sentir mejor –le contestó enfadada.

‑Cierto, sólo intentaba…

‑Lo siento mucho, perdóname –lo interrumpió besándole‑, estoy muy tensa.

‑No te disculpes, lo entiendo. Te estuve llamando y como no contestabas decidí acercarme a ver cómo estabas. Hemos hablado con los demás y, en principio, se van a quedar en casa con sus familias. ¿Qué vas a hacer tú? –inquirió preocupado.

‑Pues me voy a quedar aquí ayudando mientras aguante, por supuesto –afirmó segura.

‑Está bien, no voy a intentar convencerte de lo contrario. Toma –dijo entregándole un radioteléfono‑, es por si no puedes hablar conmigo por teléfono. Pon el canal cuatro y pulsa este botón –le señaló‑. Todo esto tiene aún peor pinta de lo que parece, así que si me necesitas llámame y vendré a buscarte –concluyó con preocupación.

‑No te preocupes, lo haré –asintió.

La abrazó y la besó, esta vez no como amigos.

‑Sabes que te…

‑Lo sé, no te preocupes más y vete –rogó Sonia mientras volvía con la anciana.


El viaje de vuelta fue más rápido, había menos atasco. Cuando llegó se encontró a Toni cómodamente estirado en el sofá, bebiendo una cerveza y jugando al fútbol en la videoconsola.

‑¿Cómo lo haces tío, cómo puedes desconectar así?

‑Bueno –sonrió‑, por mucho que me preocupe no van a desaparecer los problemas, ¿no te parece? Venga, tráete una cerveza, a ver si eres capaz de ganarme por una vez –le recordó riéndose.

Una vez sentado y ya jugando, seguía sin poder concentrarse, estaba muy tenso.

‑A ver tío, cálmate un poco y disfruta, joder, que te va a dar algo –advirtió Toni.

‑No me lo quito de la cabeza Toni, tengo un mal presentimiento y no logro deshacerme de él.

‑Gilipolleces hombre, lo que necesitas es una ducha y un vino de esos caros que tienes por ahí. No le des más vueltas, intenta relajarte –le aconsejó.

martes, 20 de mayo de 2008

Capítulo 16

Capítulo 16



Cuando llegó al centro comercial no vio a Toni por ningún sitio, por lo que se dirigió directamente a la cafetería. Allí estaba, sentado en la barra bebiendo una cerveza y degustando un pincho de tortilla.

–Has tardado.

–Tuve que pasar por cuatro sucursales distintas y en total he logrado reunir veinte mil euros, no está mal, teniendo en cuenta que no avisé con antelación al banco. Venga vamos, que se nos hará tarde y tendremos que hacer un par de viajes a mi casa, que no va a caber todo a la vez –aseguró Carlos.

‑Te has dado cuenta de que hay un montón de gente tosiendo y con pinta de estar enfermos –preguntó Toni.

‑Ya lo había notado. Más bien cuesta fijarse en quién no está así, creo que somos los únicos por estos lares –añadió Carlos.

‑Deberíamos hacer un alto a las doce, he visto la televisión un rato mientras esperaba y han anunciado que el gobierno dará una rueda de prensa –sugirió Toni

‑De acuerdo, démonos prisa entonces.

Cuando llenaron el primer carro de compra hasta los topes, Carlos hizo un primer viaje a su casa mientras Toni seguía comprando, para perder el menor tiempo posible. Al regresar se encontró a su amigo ya esperándole en el aparcamiento superior.

‑¿Por qué no me has esperado para pagar, tanta prisa tenías? –bromeó.

‑Venga tío, que no me voy a arruinar, así acabamos antes que me produce alergia hacer la compra.

‑Guarda todo en el maletero, tengo que ir a la tienda de deportes a por unas cosas que olvidaba –informó Carlos.

‑¿Qué has traído? –interrogó Toni cuando su amigo regresó.

‑He comprado cuatro mochilas, dos pequeñas y las otras de montaña, así como un montón de pastillas para potabilizar agua.

‑Te faltan los sacos de dormir y los cuchillos y ya nos podemos ir de acampada por ahí –exclamó riéndose.

‑Ya tengo un par de sacos en casa de anteriores acampadas y, si no me equivoco, un cuchillo de supervivencia –replicó con seguridad.

–Eso es previsión, da gusto ser tu amigo, estás en todo. ¿Y ahora qué, nos vamos ya?


Cuando llegaron encendieron el televisor y mientras esperaban a que dieran la rueda de prensa se pusieron a guardar la compra.

A las doce en punto, todas las cadenas de televisión interrumpieron su programación habitual. Apareció la vicepresidenta del gobierno, De la Vega, muy seria, vestida con uno de sus horribles y estridentes conjuntos. Se sentó y dijo a los allí congregados que leería un comunicado y que no admitiría preguntas.

‑Señores y señoras –comenzó diciendo‑ seguramente la mayoría de ustedes se encuentre ligeramente enfermo y habrá acudido a los hospitales o centros de salud. Pues bien, no se alarmen, se trata de una epidemia de gripe. Ayer se empezaron a contabilizar los primeros enfermos y podemos asegurar que estamos ante una alerta sanitaria de primer grado debido al elevadísimo número de casos, si bien la enfermedad, exceptuando a personas con factores de riesgo, es benigna, aunque entendemos que muy molesta.

Los diferentes gobiernos autonómicos, coordinados por el Ministerio de Sanidad, han empezado a tomar las medidas oportunas para atender a la ciudadanía. Como previsión ante el posible colapso de los centros sanitarios, los estadios y pabellones deportivos se usarán como hospitales de campaña. Se ruega a todo el personal sanitario y a las fuerzas del orden que no se encuentren en su puesto de trabajo que se reincorporen al mismo a la mayor brevedad posible.

Como prevención y a fin de evitar mayores contagios les rogamos que permanezcan en sus domicilios y salgan de ellos lo menos posible. Por favor, no hagan acopio de alimentos, no será necesario, créanme. Hemos ordenado la suspensión de los transportes públicos, el cierre de las fronteras y se prohíbe la circulación de vehículos y personas fuera de los núcleos de población. Estas medidas serán efectivas hoy a partir de las ocho de la tarde y tendrán una vigencia de cuarenta y ocho horas, fecha estimada en que remitirá la epidemia.

Les reitero el compromiso del gobierno para subsanar esta situación lo antes posible, esperamos su colaboración. Buenos días.

Mientras se levantaba para irse docenas de destellos empezaron a iluminar la sala a la vez que los periodistas alzaban la voz con innumerables preguntas. De la Vega ni se inmutó, siguió su camino hasta que desapareció del salón de conferencias.

Los comentaristas de las diferentes cadenas de televisión comenzaron con sus disertaciones, como casi siempre sin ningún conocimiento del asunto en cuestión. Pero eso era lo de menos, lo importante era lucir delante de la cámara y dar carnaza a la audiencia.

‑Joder, hasta con este tema hay guerra entre los tertulianos –comentó jocoso Toni.

‑Así nos luce el pelo, tienen que politizar hasta con esto y seguramente ninguno tiene la más remota idea de temas sanitarios. En fin, dentro de poco pedirán la dimisión del ministro de turno o del mismísimo presidente –concluyó apesadumbrado Carlos.

‑¿Qué te apuestas a que empieza a cundir el pánico? –preguntó Toni.


‑No se le puede reprochar eso a nadie, ¿quién está preparado para algo así? Será mejor que llamemos a los demás a ver qué piensan hacer y así podremos organizarnos –finalizó Carlos.

lunes, 12 de mayo de 2008

Capítulo 15

Capítulo 15



Charles fue incapaz de dormir más de tres horas. Se levantó con unas décimas de fiebre, algo de malestar general y unas profundas ojeras. –Bueno, por lo menos no estoy peor que antes de dormir‑ pensó mientras se frotaba la cara para espabilarse. Tras asearse, desayunó únicamente una taza de café bien cargado con un par de tostadas, no se sentía con ganas de ingerir algo más sólido.

Encendió su ordenador y empezó a leer los correos. La misma rutina de todos los días, excepto un comunicado de alta prioridad. ¡Dios mío! –exclamó alarmado‑ tenemos una epidemia en toda regla, malditos norcoreanos, en qué coño habrán pensado sus dirigentes. Creen que occidente se cruzará de brazos lamiéndose sus heridas. Idiotas…

Buscó su enorme bolsa de deporte, hizo el equipaje e incluyó su pistola, una SIG-Sauer P228, posiblemente la más fiable que se fabricaba en la actualidad, más los cargadores que también guardaba en su caja fuerte. En teoría no podría portarla fuera de su país, pero ni se le pasó por la cabeza prescindir de ella, ‑al diablo con las normas‑ pensó, era su vida la que estaría en juego y no pensaba ir desarmado.

Cuando llegó a la terminal del aeropuerto, Hagen le estaba esperando fuera, fumando un cigarrillo.

‑Tiene muy mala cara Hagen, ¿se encuentra bien?

‑No es nada señor, tengo algo de fiebre nada más, gracias por preguntar.

‑Bien, ¿qué ha conseguido?

‑Me temo que no he podido conseguir un vuelo directo a Oviedo, tenemos una reserva a Madrid y también me he tomado la libertad de solicitar una avioneta, por si lo prefiere.

‑Olvidaba que es piloto, ¿de qué aparato se trata?

‑Es una Cessna 206H, es bastante cómoda y con una autonomía de unos novecientos kilómetros, podremos llegar en unas cuatro horas y evitar las aduanas. Tenemos allí ya a uno de los nuestros esperándonos.

‑Perfecto, así me dará unas nociones de vuelo, que ya tenía ganas, a cambio le enseñaré algo de español –dijo riendo para relajar la tensión‑, pongámonos en marcha.

El vuelo estaba siendo plácido, tenían ligero viento de cola, lo que acortaría la duración en media hora. Charles se había puesto a los mandos durante unos minutos y le había gustado la sensación, después de una hora de clase teórica casi podría pilotarla él sólo. Otra cosa era hacerla despegar o aterrizar, pensó. Notó que Hagen sudaba copiosamente, a pesar de que en la cabina estaban a unos doce grados. No le dijo nada, supuso que de necesitar ayuda la pediría.

Lograron aterrizar sin problemas. Al descender de la avioneta vieron que de un coche que estaba estacionado pegado a la terminal bajaba un hombre, y se acercaba a ellos dando grandes zancadas.

‑¿Señor Duncan? –preguntó ofreciendo su mano.

‑Yo soy –contestó estrechándosela.

‑Me llamo Williams, soy su contacto de la embajada.

‑Mi ayudante, Hagen –dijo señalándolo mientras se saludaban.

‑Supongo que ya estará al corriente de lo que nos trae aquí, ¿nos va a tener en el medio de la pista todo el día? –agregó molesto.

‑Disculpe señor, pensé que sería mejor hablar aquí para no perder tiempo. Verá, la avioneta que buscan aterrizó aquí pero, cuando la policía llegó a la misma no encontró a nadie dentro. Sin embargo diferentes personas han manifestado haber visto a un individuo que coincide con el retrato robot que les mostré. Lo malo es que parece ser que ha embarcado en el primer avión que ha despegado.

‑Joder otra vez llegamos tarde y ¿qué destino tenía ese vuelo? –gruñó Hagen cada vez más sudoroso.

‑Vigo, en Galicia.

‑¿Y dónde coño está eso? –inquirió nervioso.

‑Cálmese Hagen, no se altere. Respire hombre, llevamos años detrás de él, por un par de días más no va a pasar nada –le reprendió Duncan‑.

‑Vigo es la ciudad más poblada de Galicia, unos cuatrocientos mil habitantes. Tengo entendido que, probablemente, allí se pueden degustar los mejores mariscos del mundo. Junto con La Coruña son las ciudades más importantes de la región y su motor económico. Si no recuerdo mal la ciudad está al sur, cerca de Portugal. No tuve la oportunidad de conocerla, pero si La Coruña, dónde he estado un fin de semana haciendo turismo hace ya un año. Posee el faro más antiguo del mundo en funcionamiento. Este año es candidato a ser considerado como patrimonio de la humanidad por la Unesco. Creo recordar que se llama la Torre de Hércules. ¿Me equivoco? –finalizó sonriente mirando a Williams.

‑Está en lo cierto, señor.

‑Perfecto, ¿cuánto tardaremos en llegar?

‑¿En coche señor? –preguntó con cara de sorpresa Williams.

‑No hombre, en caballo –se quejó Duncan‑. No ve cómo está Hagen, si apenas se tiene en pie, no está en condiciones de pilotar, así que me tocará conducir. ¿Es suyo ese coche? –interrogó señalando el BMW 330D.

‑Sí señor pero…

‑Pero nada, tiene buen gusto Williams, nos lo llevamos. Si tiene alguna queja tramítela a través de la embajada –le interrumpió bruscamente.

‑No se lo puedo permitir, es mi vehículo particular, es…

No pudo concluir. Duncan lo derribó de una patada, lo inmovilizó en el suelo, le arrebató su arma y lo encañonó. –No tengo tiempo para idioteces, ¿entiende? Bien, ahora deme las llaves. ¿Tiene un mapa de carreteras?

‑Ti…tiene gps –gimoteó.

‑Mucho mejor. Entiéndalo, no es nada personal, cuando informe al embajador lo entenderá. Ahora voy a permitirle incorporarse, como haga una tontería va a tener dolor de cabeza durante una semana –amenazó Duncan.

Williams supo que iba en serio y se mostró totalmente dócil, además de avergonzado. ‑ ¿Qué más puedo hacer por usted? –preguntó nervioso.

Vieron que Hagen ya se tambaleaba, se le cerraban los ojos.
‑Ayúdeme a meterlo en el coche y sáquenos del aeropuerto, luego le dejaré en la primera población que crucemos –le ordenó mientras le lanzaba las llaves.

viernes, 9 de mayo de 2008

Capítulo 14

Capítulo 14


Sábado, 29 de marzo de 2008

El sol salió puntual, como siempre, al amanecer. El brillo de su luz hizo que Carlos se despertara sobresaltado; se había quedado dormido en el sofá. Se estiró con pereza y se levantó, espabilándose a la fuerza. –Mierda –pensó mientras se dirigía al cuarto de baño– tengo que recoger a Toni y llego tarde, para variar.

Se dio una ducha rápida y se lavó los dientes, pero no se afeitó, lo odiaba y sólo llevaba barba de tres días. Mientras pasaba una mano por su rostro, le vino un recuerdo de su adolescencia. Cuando miraba a su padre afeitarse esa barba cerrada que tenía, mientras él deseaba que creciese la suya de una vez y no esos cuatro pelos desperdigados que rasuraba únicamente los viernes antes de salir de juerga. Sonrió, pensando en lo lejos que quedaban esos –trascendentales– problemas de antaño. Cómo cambia uno con la edad.

Decidió saltarse sus cinco kilómetros de carrera matutinos, una sana costumbre adquirida desde que la dura rehabilitación se lo permitió. Encendió el televisor de la cocina y sintonizó la CNN. Dominaba el idioma de Shakespeare y era el canal de noticias internacional que más le gustaba. Por eso lo veía todas las mañanas.

Ni una palabra de la gripe. Noticias sobre la recesión americana, familias enteras desahuciadas por no poder pagar la hipoteca, Wall Street en caída libre, los árabes pretendiendo cobrar el petróleo en euros, Bush declarando lo bien que marcha todo, la moneda europea cotizando ya a 1,54 dólares… lo de todas las mañanas. Le llamó la atención un titular sobre unas maniobras de la Flota del Pacífico, pero según decían eran rutinarias y estaban programadas con antelación.

Desayunó un par de tostadas con un poco de jamón serrano y queso fresco, aderezado con una generosa taza de café bien cargado, como a él le gustaba.


Mientras estaba detenido en el ligero atasco de entrada en la ciudad, telefoneó a Toni para avisarle de su tardanza y, como esperaba, recibió un par de pullas. Merecidas sin duda. Si por algo no era conocido era por su puntualidad.

Llegó quince minutos después de avisarle. Toni vivía en un pequeño piso muy cerca del estadio de Riazor, justo frente al mar, una zona privilegiada sin duda. Estacionó el coche en doble fila –el segundo deporte nacional después del fútbol–, y subió.

Estaba esperando en el salón, tranquilamente sentado leyendo un periódico deportivo y tomando un café. Le llamó la atención ver dos enormes maletas y una caja de cartón precintada. –U.S. Government–, se leía en ella.

–¿Y esto? –preguntó señalando los bultos.

‑La caja es lo del yanqui, lo otro un montón de ropa. Me traslado tío, no me quiero quedar aquí incomunicado visto lo que puede pasar, tendrás que hacerme un hueco aunque sea en la bodega –bromeó.

–¿Estás loco? En la bodega ni hablar, serías capaz de acabar con todo el vino –se quejó riéndose–, creo que en el garaje hay sitio.

–Bueno ahora en serio, me parece buena idea, ¿has conseguido hablar con tu padre?

–Sí. Sigue en Tenerife. Me ha dicho que si se tiene que morir, mejor sitio que allí al sol mirando chicas guapas no conoce. Él es así ya lo sabes, todo optimismo –observó resignado.

Ya. Seguro que allí se libran, verás. Bueno, cambiando de tema, tenemos un montón de cosas que comprar, hice una lista anoche, e ir al banco a sacar pasta –anunció Carlos.

–Había pensado lo mismo, pero yo no hice lista, ¿para qué pensar los dos? Sabía que la harías tú –dijo carcajeándose–. Para que veas que hago algo, he pensado que podría llevarme la moto a tu casa, nunca se sabe… –explicó Toni.

–¡Joder, te habrá costado y todo! Lo tengo apuntado en mi lista –rió a su vez–. Entonces pasemos primero por el banco, luego de camino iremos a comprar unos radioteléfonos, pueden hacernos falta si las líneas comienzan a saturarse y funcionar mal ‑se explicó.

–Mejor ve tú sólo, yo voy en la moto a mi banco y luego nos vemos en el hipermercado de Alfonso Molina, ¿te parece? –preguntó.

–De acuerdo. Pero antes que me olvide, ¿has echado una ojeada a la caja que te dio el norteamericano?

‑No. Pero la podemos abrir y así comprobamos nuestros regalitos –dijo Toni mientras usaba una llave para romper el precinto de la caja.

‑Hay tres cajas pequeñas y cinco más de munición ‑comentó risueño mientras las sacaba y le se las iba pasando‑, estas dos son iguales, Beretta 92 FS y la otra es una Smith & Wesson 1911. Venga ábrelas.

Carlos sacó una de las Berettas de la caja, era un arma a estrenar, perfectamente lubricada y con una funda de cinturón más tres cargadores. Introdujo uno en el arma, la montó, tiró una vez más de la corredera para asegurarse que estaba descargada y disparó apuntando a la pared. Sonó un clic perfectamente audible. –Nada que ver con las Llama que disparé en el servicio militar, aunque es una nueve milímetros con cargador de quince balas también, por lo menos tiene otra presencia –reconoció solemne.

‑Joder siempre te han gustado las armas, pues con ésta vas a alucinar literalmente, menudo pistolón –le informó Toni mientras le pasaba la otra.

Carlos abrió los ojos visiblemente impresionado, ‑tienes razón, ésta seguro que puede detener a un toro, es un calibre 45 ACP, típicamente americana, en España no la pueden usar ni las fuerzas del orden, debe de pesar más de un kilogramo y eso sin cargador, ¿cuántos trae?

‑Tres, pero llevan menos balas ¿no?

‑A ver pásame uno… sí creo que llevará unas ocho. ¿Cuánta munición hay?

‑Tres cajas para las Berettas y una para la S&W. O sea, trescientas más cien.

‑Una pena que no nos diera ningún fusil, pero mejor que nada… venga te ayudo a bajar el equipaje y nos vamos –pidió Carlos.

martes, 6 de mayo de 2008

Capítulo 13

Capítulo 13



–No, no he dicho eso. Soy un simple funcionario, no se consultan las cuestiones de estado conmigo. Me limito a recibir instrucciones e intentar cumplirlas. Ahora bien, si quieren mi opinión, pues sí, creo que mi país se defenderá con armas nucleares. Sobre todo si, como es de esperar ante un ataque biológico, la tasa de mortalidad es elevada. Y no creo que nos quedemos solos, si como parece es un problema global, probablemente tanto la OTAN como Rusia unan sus fuerzas.

–Pero coño, eso provocará un caos mundial, destruirán el planeta joder, ¿o piensa que Corea no contraatacará? –barruntó Jorge.

–Eso ya son conjeturas, no hay manera de saberlo y discutiéndolo aquí no vamos a solucionar nada, ¿no les parece? –finalizó Mike.

–¿Puede dejarnos solos un momento? –preguntó Carlos.

–Faltaría más, saldré a tomar el aire.

–¿Qué pensáis? ¿alguna idea? –comenzó Carlos.

–Creo que deberías entregarle las vacunas, parece un tío sincero y nos ha echado un cable ya –observó Jaime entre el silencio tenso.

–¿Cable, a que te refieres? –replicó Esther.

–¿Sólo yo tengo he tenido las orejas abiertas? –bromeó–, joder, si todo es cierto nos ha regalado unas horas preciosas. Se supone que nadie sabrá nada oficialmente hasta las doce, ¿no? Pues eso, tiempo que tenemos para nosotros antes que empiece a cundir el pánico.

–Sí, me parece justo dárselas, ¿alguna objeción? –preguntó Carlos mirándolos a todos–. De acuerdo entonces.

–Sr. Nichols, hemos decidido entregárselas –le expuso Carlos en cuanto entró–, pero me gustaría pedirle algo a cambio.

–Dígame, si está en mi mano lo haré.

–Usted aseveró que cundiría el caos y que habría disturbios. Nosotros sólo disponemos de una escopeta…

–Entiendo. Y supone usted que tengo armas a mi disposición –sonrió Mike.

–Vamos, vamos, no vaya de farol, no nos irá a decir que con lo que les gustan las armas a los norteamericanos no dispone en el consulado de ninguna. Además, no me equivoco al pensar que en ese avión que sale de Torrejón no sólo irán las vacunas, sino personal civil –interrumpió Toni.

–De acuerdo, de acuerdo –protestó–, ¿tienen licencia de armas?

–Pero qué mas da eso ya –gruñó Carlos–, ¿nos va a ayudar o no?

–No se enfaden –replicó calmado–, les ayudaré. Uno de ustedes me acompañará al consulado y allí veré qué les puedo conseguir, ¿les parece?

–Perfecto, yo le acompañaré –se ofreció Toni.

–Un consejo por si sucede lo peor, aprovisiónense, y busquen un sitio seguro donde quedarse. Gracias, señores, que les vaya bien –se despidió de todos estrechándoles la mano–, mucha suerte.

Carlos salió a despedirlos, –una curiosidad –dijo sonriente–, ¿y si no se las hubiésemos dado?

–Mis escoltas hubiesen entrado en la casa –contestó enseñando algo que parecía un diminuto micrófono–, y las hubiésemos tomado por la fuerza; pero mejor así.

Se despidieron estrechándose la mano, mirándose a los ojos, sin decir ni una palabra más. Ambos sabían que no volverían a verse nunca más, ¿o sí?

Se había olvidado de quedar con Toni. Corrió hacia la entrada de su finca haciendo señales al coche. –Joder el A4 azul, así que no era de Sanidad, –pensó riéndose–. El coche se detuvo, y cuando llegó a la altura de la puerta trasera se bajó la ventanilla.

–Tío, me olvidaba –jadeó debido a la carrera–, mañana te paso a buscar a las siete y media.

–Vale, toca madrugar –contestó Toni.

Volvió a entrar en su casa y los encontró a todos silenciosos y tristes, pensativos.

–Los que tenéis familia deberíais ir con ellos y contarles lo que sabemos, mi casa es vuestra, venid cuando queráis. Si… si les ocurre lo peor –balbuceó–, trasladaos aquí y juntos capearemos el temporal –prometió.

–Mañana iré a sacar del banco todo el dinero que pueda y luego a recoger a Toni para ir de compras. Estaremos en contacto a ver como evoluciona todo –expuso.

Todos asintieron con la cabeza.

–Bueno, nosotros nos vamos –dijo Jaime.

Los demás coincidieron con ellos en marcharse y se levantaron para despedirse. Carlos los acompañó hasta la puerta y se detuvo a preguntarle a Sonia si sus padres aún vivían en Vizcaya.

–Sí, –contestó ella afligida.

–¿Qué vas a hacer, te irás? –preguntó impaciente.

–No sé qué hacer, a lo mejor es arriesgado, en avión ya no me dará tiempo y en coche puede que ni llegue. Mañana te lo digo.

–Sabes que puedes quedarte aquí, por mí encantado.

–Lo sé –dijo ella despidiéndose con un beso en la mejilla–, hablamos mañana, adiós.


Cuando todos se fueron salió a comprobar el nivel de gasóleo del depósito y luego, antes de quedarse dormido, se dedicó durante casi una hora a hacer una lista de la compra muy especial, sin duda la más extraña de toda su vida.

viernes, 2 de mayo de 2008

Capítulo 12

Capítulo 12

–¿Quién será, son casi las doce? ¿esperabas visita? –preguntó con preocupación Sonia.

–En absoluto –contestó intrigado Carlos.

Cuando abrió la puerta se encontró con un hombre más alto que él, delgado, de pelo corto y de unos cincuenta años. Vestía un traje azul de corte clásico y llevaba una carpeta negra en su mano.

–Buenas noches, perdone por la interrupción, me llamo Mike Nichols –se presentó extendiendo su mano con una sonrisa franca en su rostro.

–Buenas, en qué puedo ayudarle –gruñó Carlos enfadado estrechando su mano.

–Sé que es una molestia por lo tarde que es, pero si me permite pasar se lo explicaré con detalle, sólo le molestaré durante unos minutos.

–Está bien, entre, pero no estoy sólo –le advirtió.

–Preferiría que hablásemos a solas –rogó al llegar al salón y ver a los invitados.

–Estos amigos son como mi familia, no tengo secretos para ellos, así que puede empezar cuando quiera.

–Como guste. Buenas noches a todos, por favor no se levanten –les indicó haciendo un ademán con su mano–, ¿puedo sentarme?

–Por supuesto, tome asiento –masculló Carlos– y bien…

–Como le decía me llamo Mike Nichols, soy el agregado del consulado norteamericano en La Coruña. Según mi información –añadió mientras sacaba unos papeles de su carpeta–, usted fue la última persona que habló con el señor Fang antes que falleciese en un desgraciado accidente.

–Es correcto, pero ya declaré ante la guardia civil, además ¿qué coño pinta el consulado americano en esto? ¿era ciudadano suyo el fallecido?

–No, tranquilícese por favor. Sabemos que llevaba un maletín que contiene material biológico peligroso, sin embargo no estaba en su vehículo. Pensamos que se lo podría haber entregado a usted –agregó mirándolo fijamente.

–Pues está mal informado…

Mike lo interrumpió mostrándole unas fotografías dónde se apreciaba con detalle como guardaba un maletín en su mochila esta mañana.

–¿Pero quién cojones te crees que eres para espiarme? –estalló Carlos levantándose–, que yo sepa esto aún es España.

–Cálmese por favor, no he venido a hacerles ningún daño, por favor permítame concluir y luego si quiere me marcharé sin más –rogó.

–Se lo diré sin rodeos. Corea del Norte ha lanzado un ataque biológico a escala mundial, no sabemos qué tipo de sustancia es, pero capturamos a varios agentes en diferentes países y hemos podido averiguar que la han propagado tanto por aire –en centros comerciales, estadios…‑ como en los embalses de la mayoría de ciudades. Dentro de unas horas sabremos cómo evolucionan los síntomas, pero como ya habrán observado, en principio se asemeja a una gripe. Suponemos que la infección se propagará tanto por contacto físico como por aerosol, con lo cual si estuviésemos ante un virus peligroso, no tardará más de tres días en alcanzar al noventa por ciento o más de la población mundial. Lo que desconocemos es el tiempo que transcurre entre el contagio y el posible fallecimiento. Tampoco sabemos qué porcentaje de infectados sobrevivirá, que tiempo permanece activo, ni si afecta a los animales. Lo que contiene su maletín, si es igual al de otro agente capturado, son diez vacunas listas para su inmediata inoculación. ¿Quieren preguntar algo? –se ofreció sincero.

–¿Nuestro gobierno está al corriente? ¿si lo saben, qué piensan hacer? –intervino María.

–Mañana a las doce de la mañana los portavoces de todos los gobiernos europeos saldrán por las respectivas cadenas de televisión de sus países y darán unas instrucciones a la ciudadanía.

–Seguro que puede adelantarnos cuales serán esas instrucciones –aseveró con una sonrisa irónica Jorge.

–Efectivamente. A partir de las ocho de la tarde declararán el estado de excepción, suspenderán los transportes públicos, se cerrarán todas las fronteras, prohibirán la circulación de vehículos y personas fuera de los núcleos de población. Se usarán los estadios y pabellones deportivos como hospitales de campaña. Se recomendará no salir de los domicilios y, en caso de producirse disturbios y saqueos, que por mi experiencia se producirán, la orden es que el ejército tome el mando.

–Supongo que a cambio de esta información ahora me va a pedir que le entregue las vacunas, las dos que quedan claro –se quejó Carlos.

–Ya supuse que habrían usado las otras, y sí, esperaba que me entregase las que le quedan, pero antes le voy a explicar porqué. Hemos separado y aislado en diferentes lugares a la mayoría de nuestro gobierno, no sabemos si lograremos que se salven todos, pero alguno sí lo hará; apenas hemos recuperado un par de vacunas intactas, las estamos entregando en Fort Detrick, Maryland, que es el organismo militar equivalente al Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, que alguno de ustedes conocerá por alguna película o libro. Allí están perfectamente aislados y protegidos del exterior, tenemos a los mejores especialistas intentando reproducir la vacuna, pero parece ser que no es tan sencillo. Los gobiernos europeos han accedido a que Estados Unidos sea el receptor de todas las vacunas que se incauten. Mañana mismo saldrá un avión militar de la base de Torrejón, en Madrid, con todas las que hayamos podido reunir, aunque me temo que serán sólo las suyas.

–¡Joder lo que cuenta es demasiado enrevesado para no ser cierto! –exclamó Nuria.

–Y qué piensan hacer los gobiernos si, como dice usted señor Nichols, saben quién es el responsable –interrogó Jorge.

–Estados Unidos considera las armas biológicas como armas de destrucción masiva y nosotros sólo poseemos un tipo de esas armas –informó Mike.
–¿Está diciendo que van a usar armas nucleares? –protestó Sonia.