lunes, 30 de junio de 2008

Capítulo 25

Capítulo 25


Lograron llegar a la casa sin ningún contratiempo. Aparcó el coche directamente en el garaje y accedieron desde el mismo a la vivienda. Por supuesto no había ni rastro de Toni.

‑Joder dónde estará –preguntó con verdadera preocupación Jorge.

‑No lo sé, a lo mejor se ha topado con algún control y ha tenido problemas con ellos –indicó Jaime.

‑Hoy ya no se puede hacer nada. Mañana, si no aparece, iremos a los cuarteles a ver si lo localizamos –aseveró Carlos.

‑Voy a preparar algo de cena, ¿qué os parece algo de pasta? –preguntó retóricamente Jaime‑, para no liarme mucho.

Todo el mundo asintió, así que desapareció en la cocina mientras los demás se acomodaban en el salón y encendían el televisor, ávidos en busca de noticias.

Nada. Sólo películas y reposiciones de series. Ninguna noticia, ningún programa en directo. Sólo contenido vacío. Carlos fue a por su portátil y lo conectó al televisor para que todos pudiesen leer lo mismo que él.

Todos las diarios online y páginas de noticias españolas permanecían sin actualizar desde el sábado. Ninguna novedad, parecía increíble con lo que estaba pasando.

Pasó a las páginas norteamericanas y allí sí había novedades. La epidemia estaba avanzando sin control. En Estados Unidos los saqueos eran ya una constante. Los hipermercados estaban vacíos y ya era prácticamente imposible conseguir alimentos. La guardia nacional se veía impotente para controlar los disturbios, en parte porque en sus propias filas la enfermedad hacía estragos.

Las capitales europeas y sudamericanas tampoco salían bien paradas. En ellas la situación era la misma.

Ningún gobierno más había dado la cara desde sus últimos comunicados del sábado. Seguramente por no saber qué más decir.

‑Dios mío, esto va a ser el final –dijo una desesperada María‑, no podremos superarlo.

‑Tranquila María –contestó Carlos seguro de sí mismo a la vez que apagaba su ordenador‑, saldremos de ésta, te lo garantizo.

‑¿Has hablado con Sonia? No creo que lo esté pasando bien –precisó ella.

‑La llamé antes de ir a tu casa, pero tienes razón, intentaré contactar con ella después de cenar.


La cena fue sencilla, unos espagueti carbonara y una ensalada de lechuga. Ni siquiera descorcharon una botella de vino, no había ánimos. Prácticamente no hablaron, todos estaban ensimismados, repasando mentalmente los acontecimientos del día.

Carlos preparó café y mientras estaban tomándolo decidió hablar con Sonia de nuevo. Tras estar intentándolo durante diez minutos, finalmente tuvo respuesta.

‑Hola –susurró una voz.

‑¿Cómo estáis por ahí, alguna novedad? –preguntó Carlos.

‑La verdad es que sí. Hemos tenido unos cuantos casos de rabia entre los pocos supervivientes. Bueno creemos que es rabia, pero no lo sabemos a ciencia cierta. Por lo demás esto empieza a parecer un enorme tanatorio. Está cayendo cada vez más personal sanitario y pronto estaremos de más aquí –finalizó exhausta.

‑¿Quieres que vaya a buscarte?

‑No, aún quiero seguir aquí, no quiero abandonar a toda esta gente sin más. Te llamaré si quiero irme, ¿vale?

‑No discutiré, pero deberías salir de ahí ya.

No quiso comentarle nada de lo sucedido hoy, para qué preocuparla más, bastante agobiada estaría.

‑Venga, mañana por la mañana te llamo, te lo prometo –y cortó la comunicación.

María se acercó a darle un beso a Carlos, ‑nos vamos a dormir, estamos cansados –informó‑, no te preocupes por ella, parecía algo agotada pero aguantará, ya la conoces.

Jorge y Carlos se quedaron un par de horas más en la cocina charlando de trivialidades, hasta que finalmente se fueron también a descansar.


Las operaciones de descarga en la base de Eielson habían finalizado. Después de efectuar las oportunas revisiones a los B-52, éstos comenzaron a ser cargados de nuevo con las bombas B53.

A las 5:00 de la madrugada hora española, recibieron el plan de ataque. A las 7:00 la orden de iniciarlo, a la vez que todas las bases y unidades navales desplegadas recibían la histórica orden de pasar a DEFCON 1.

A las 7:10, los primeros B-52 armados con su carga mortal se elevaban en los cielos de Alaska, rumbo a Corea del Norte.

No lo sabían y no podrían haberlo sabido, pero acababan de abrir las puertas del infierno.

miércoles, 25 de junio de 2008

Capítulo 24

Capítulo 24

Tuvo que llegar de nuevo al alto de la Zapateira para poder tener una cobertura sólida. Sacó su radioteléfono y pulsó el botón de comunicación.

‑¿Sí? –sonó la voz temblorosa de Carlos.

Tras ponerlo al corriente de los acontecimientos, no fue necesario ni pedirle que se reuniera con ellos.

‑Salgo ahora mismo, no te preocupes –anunció impaciente.

‑No uses la carretera nacional, hay controles, yo he venido por la Zapateira, por si te sirve de ayuda y otra cosa… ‑dudó‑ tráete la artillería, puede hacer falta esta vez.

‑Tío, eso no hace falta que lo sugieras, por supuesto que llevaré las armas, en casa son inútiles –agregó con un tono de triunfo en su voz‑, y me parece buena idea lo de la Zapateira, intentaré ir por carreteras secundarias. Nos vemos en casa de María entonces –concluyó.

‑Ten mucho cuidado, puede ser más difícil el itinerario en tu coche. Te esperamos allí, corto –finalizó la comunicación.

Carlos, siempre previsor, llenó una de las mochilas con ropa y algunos útiles de acampada y otra con su escopeta, la S&W y toda la munición restante. Guardó la beretta en la funda de cinturón, se vistió con ropa cómoda de abrigo, bajó las persianas metálicas de seguridad de toda la casa, salió y cerró con llave. Se montó en su coche y emprendió el camino.


Toni apenas había cortado la comunicación y guardado la radio cuando un coche de la guardia civil apareció a toda velocidad. No lo pensó, encendió la moto y aceleró para alejarse. Se estaba distanciando con facilidad. En el camino de tierra ese coche no era rival para su Yamaha. Si hubiera pensado con claridad, en vez de dejarse llevar por la adrenalina producida por la persecución, habría caído en la cuenta de que podrían estar usando la radio para pedir ayuda, como así era. Al pasar el siguiente cambio de rasante se topó de frente con un todoterreno de la guardia civil estacionado en medio de la pista forestal. La frenada le hizo derrapar. Perdió el control de su moto y se fue al suelo, deslizándose a toda velocidad hacia el automóvil. Tuvo suerte de detenerse apenas a unos metros de distancia. Intentó levantarse pero una bota en su pecho se lo impedía a la vez que una voz gruesa, saliendo de una boca coronada por un bigote –que recordaba a tiempos pasados‑, le comunicaba que estaba detenido y le ordenaba que se pusiera boca abajo. Intentó levantarse y correr a través del monte, pero sus piernas, debilitadas por el golpe, flaquearon y obtuvo como obsequio un fuerte culatazo que le hizo sumirse en la oscuridad de un plácido sueño.


Empezaba a oscurecer y Carlos, favorecido por esa circunstancia, ni siquiera pensó en encender las luces de su vehículo. Ya había llegado al alto de la Zapateira, apenas diez minutos después del percance de Toni. No podía saber que de no haber sido por eso, probablemente hubiera sido él quien se encontrara con la autoridad. Siguió conduciendo y llegó quince minutos más tarde, sin novedad, a la casa de los padres de María.

Jaime, al oír el ruido de un coche salió a ver de quién se trataba, al ver que era su amigo, corrió a abrirle el portal.

‑¿Cómo estás? –preguntó Carlos mientras se estrechaban la mano.

‑Bueno, he estado mejor –contestó mientras se dirigían a la parte de arriba de la casa‑, por cierto, ¿dónde has dejado a Toni?

‑¿Cómo que dónde lo he dejado? Si no lo he visto, cuando hablé con él estaba por la Zapateira, ¿no ha llegado? –preguntó mientras un sudor frío corría por su espalda.

Jaime negó con la cabeza. Al cruzar el umbral, María se abalanzó sobre Carlos, incapaz ya de derramar más lágrimas. ‑¡Menos mal que estás bien! –exclamó.

‑Venga, tranquila, no creerías que te ibas a librar de mi tan pronto –observó risueño.

‑No sabemos nada de Toni, ‑dejó caer sin más Jaime.

‑Joder, sabía que no era buena idea que fuera sólo –manifestó Jorge.

‑Bueno, mantengamos la calma. Me he olvidado las bolsas. María, ¿serías tan amable…?

‑Claro, así respiro un poco de aire fresco un rato –anunció.

Aprovechando que María no estaba se pusieron al corriente de todo, sin ahorrar detalles. Carlos les describió también el vídeo que había visto, ahora creía que podía ser verídico.

‑¿Qué coño hacemos con los de abajo? –inquirió Jorge, intuyendo lo que pasaría.

‑Si fueran mis padres sé lo que haría yo –reconoció mirando a Jaime.

Éste como respuesta bajó la vista asintiendo. –Yo no puedo hacerlo –reconoció.

‑Lo haremos Jorge y yo y luego nos vamos a mi casa todos, seguramente Toni se encontró algún control y no pudo venir. Estará allá esperándonos.

Todos asintieron.

María llegó con las dos mochilas y las depositó en el suelo. Carlos le dio a Jaime la que contenía ropa y las llaves del coche y le explicó a María lo que iban a hacer. Contra todo pronóstico ella no se negó, ni siquiera protestó. Se limitó a coger las llaves del coche y salir de la casa con un sorprendido Jaime detrás de ella.

‑Bueno tío, espero que te acuerdes de tus tiempos en los paracaidistas –declaró Carlos muy serio.

‑Eso no se olvida, hombre, a ver cómo te portas tú. De todos modos dame la escopeta, hace tiempo que no disparo.

Carlos sujetó bien la mochila a su espalda, empuñó la Beretta y le quitó el seguro. Abrieron la puerta de la planta baja y entraron. Los arañazos en la puerta comenzaron a acentuarse y empezaron a oír unos extraños gruñidos.

‑Vamos, yo abro la puerta y tú entras con la escopeta –ordenó.

Jorge asintió con la cabeza y montó el arma.

Al abrir la puerta, Mónica, una rubia de una belleza impresionante, se abalanzó sobre Carlos, casi sin darle tiempo a separarse. Jorge, muy atento, borró todo rastro de hermosura con un certero disparo que le arrancó media cabeza de cuajo, a la vez que dejaba medio sordo de un oído a su amigo.

‑¡Joder! –chilló de dolor‑ cuidado.

Jorge sonrió con malicia, fríamente. Dominaba la situación, actuaba como un autómata. Entró en la habitación y sin pestañear volvió a montar la escopeta y atravesó el corazón del padre de María con absoluta precisión.

A la vez que Carlos entraba, medio sordo y dolorido, en la habitación, la madre de su amiga saltaba sobre la espalda de Jorge. Éste, ni se inmutó, soltó el arma, se inclinó un poco y con su propio impulso y agarrándola por la cabeza la arrojó sobre la cama. Ésta se levantó de la misma y se dirigió hacia él de un salto, con una agilidad impropia para alguien de su edad, con la boca abierta y espumeante y los ojos a punto de salirse de sus cuencas. Esta vez Jorge si se quedó paralizado ante la escena. Carlos no dudó y desde apenas dos metros de distancia disparó cuatro veces contra ella, acertando en su torso y derribándola sin vida.
Salieron de la habitación. No se miraron. No se dijeron nada. Jorge guardó la escopeta en la mochila y fueron caminando lentamente hacia el coche, cada uno ensimismado en sus pensamientos. Se pusieron en marcha y ninguno abrió la boca en todo el trayecto.

viernes, 20 de junio de 2008

Capítulo 23

Capítulo 23

Carlos, tal y como le había dicho a Toni, llamó a Sonia. Se quedó un poco más tranquilo cuando ella le describió la situación, más o menos controlada dentro de la extrema gravedad, en que se encontraba el centro de salud.

‑Joder vaya panorama –pensó‑, si sigue así me da igual lo que me diga, iré a buscarla y punto, poco puede hacer ya por esa pobre gente.

Como en la televisión se limitaban a reponer series y películas, decidió conectarse a internet y ver cómo evolucionaba todo. Debido a la mala situación geográfica de su casa, se vio obligado a instalar internet vía satélite, lo que le salía por un ojo de la cara al mes. Eso sí, a cambio obtenía velocidades de descarga vertiginosas y sin cortes. Incluso la situación actual de colapso a él no le afectaba en absoluto. ‑Algo bueno tenía que tener –sonrió para sí.

Las noticias eran bastante descorazonadoras. Se enteró de la alerta en E.E.U.U. y de la cantidad de muertes que comenzaba a haber ya en Australia. Estaba claro que el ataque había sido totalmente coordinado a la perfección.

Se filtraron las primeras fotografías de algún estadio australiano. Un gigantesco cementerio. Miles de muertos cubiertos de sábanas blancas se amontonaban en el césped. Era escalofriante.

Logró ver un vídeo mexicano filmado en un hospital, donde un grupo de supuestos supervivientes a la infección, con síntomas parecidos a la rabia, atacaban al personal sanitario. No le dio credibilidad por ser el único en toda la red que encontró. Parecía una escena macabra salida de una película. Una broma de mal gusto, a lo sumo.

Intentó contactar con Toni pero tan sólo recibió el crepitar de la estática como respuesta. –Mierda ‑se dijo‑, espero que estén bien.


No es que estuvieran muy mal, pero sí bastante nerviosos. Aunque como para no estarlo.

‑Verás, tío, en la planta de abajo están los padres de María junto su prima Mónica y su novio –explicó Jaime.

‑Bueno y, ¿cuál es el problema? –preguntó inquieto Toni.

María estaba sentada hecha un ovillo, sollozando. –El problema es que les pasa algo raro –dijo sin saber cómo explicarlo.

‑No nos estamos enterando, explícate de una vez, coño –se enfadó Jorge.

Inspiró profundamente, sin atreverse siquiera a mirar a su esposa y comenzó a contarles:

‑Estábamos todos abajo. Como los otros cuatro estaban enfermos decidimos que era mejor que se quedaran todos juntos en el dormitorio de invitados, que es el más grande. Al principio nos limitamos a llevarles agua y hielo, no eran capaces de ingerir nada sólido. Su estado era idéntico, empeoraban a la vez y con los mismos síntomas. Más tarde ya no bebían ni agua, así que les llevaba hielo de vez en cuando para intentar bajarles la fiebre –hizo una pausa para beber un trago de agua‑. Nosotros decidimos pasar la noche en el salón, intentando en vano distraernos algo con la tele. Apenas hace un par de horas, mientras María estaba en el baño, su primo irrumpió en el salón. Sus ojos estaban totalmente enrojecidos, estaba fuera de sí. Por la comisura de sus labios se deslizaba una especie espuma, como si estuviera rabioso o algo así. En ningún momento dio muestras de reconocerme. Sin mediar palabra se arrojó sobre mi e intentó arañarme y morderme, joder era increíble la fuerza que tenía. Casi no podía sujetarlo y si no llega a ser por María, que oportunamente volvió del baño y le clavó el palo de la fregona en la espalda, en vez producirme unos rasguños y arañazos, quizás me hubiese herido de gravedad.

‑Coño, no sé qué decir… ‑tartamudeó Jorge con una expresión de incredulidad.

‑Espera –pidió Jaime‑, que aún hay más. Con el puto palo clavado en la espalda, un palmo diría yo, el tío va, se levanta y se dirige a por ella. Desesperado, busqué algo con qué defendernos y al final, sin miramientos, le clavé el atizador en la nuca.

‑Luego papá y mamá… ‑balbuceó llorando María.

‑Tranquila cielo, ya se lo digo yo –intentó calmarla‑. Estábamos totalmente acojonados, reponiéndonos de la impresión, cuando empezamos a oír arañazos provenientes de dónde estaban los otros tres. No nos paramos a ver qué coño pasaba, cogí el radioteléfono y salimos pitando cerrando la puerta con llave. Luego decidimos llamaros –concluyó sudoroso mirando a Toni.

‑No tengo la más remota idea de qué hacer –manifestó encogiéndose de hombros‑. Yo desde luego no pienso entrar ahí, y menos con una pistola sólo. Voto por avisar a Carlos, a lo mejor ha averiguado algo que ignoramos o ha hablado con Sonia y hay nuevos datos… Propongo llamarlo, que venga y decidimos todos juntos, ¿alguna idea mejor?

Obtuvo cruces de miradas y silencio absoluto.

‑Bien, me acercaré con la moto a dónde haya cobertura y lo llamaré por radio. Os dejo el arma –continuó Toni entregándosela a Jorge.
María se levantó, le dio un beso y volvió a su sitio llorando otra vez. Los demás no dijeron nada, era innecesario. Se despidieron mirándose a los ojos, sin decir palabra.

martes, 17 de junio de 2008

Capítulo 22

Capítulo 22

Priest estaba alojado en un céntrico hotel de Vigo, situado en la avenida García Barbón. El día que llegó había tomado un taxi y le había ordenado que lo trajese aquí. Esta vez había abonado la carrera. El taxista nunca supo lo cerca que le había rondado la muerte, aunque apenas había ganado un par de días extra.

Se había registrado usando uno de sus pasaportes falsos. Esta vez era un escocés retirado que viajaba por placer, en busca de nuevos campos de golf.

Había dado instrucciones precisas para que no lo molestasen bajo ningún concepto, ni siquiera para que arreglasen su habitación. Decidió esperar al ocaso para emprender viaje en dirección norte.

Se sentía profundamente atraído hacia Duncan, notaba su presencia. Sabía que él vendría a su encuentro, pero prefería tomarlo por sorpresa, sin que lo esperase. Tenían una especie de conexión mental inexplicable. Este sexto sentido apenas estaba desarrollado en Charles, únicamente notaba su presencia a unas decenas de metros. Al contrario que él. Podía sentirlo, incluso visualizar dónde se encontraba a cientos de kilómetros de distancia.

Definitivamente él representaba la evolución. Era un ser a todas luces superior, mejorado en casi todos los aspectos, y ahora, gracias a la estupidez humana, había llegado su hora. Su momento. Su reinado. El mundo en sus manos. El mero hecho de fantasear con su futuro le abrió el apetito y le produjo una gran excitación sexual. No se había alimentado desde que salió de Londres.

Abrió la puerta de su habitación y se dirigió a la de al lado. Llamó suavemente a la puerta. Un adolescente abrió la puerta con cara de pocos amigos. –Pobre –pensó‑, seguramente acababa de interrumpir a una pareja en su ritual de apareamiento. Excelente.

‑Buenas tardes, me llamo Priest –la voz sonaba sensual, cálida, atrayente, arrebatadora.

La expresión del adolescente mutó del odio a la más absoluta candidez.

‑¿Me permites pasar? –susurró mientras el chico le franqueaba la entrada con absoluta fascinación.

‑Fácil, muy fácil –pensó.



Antes de salir en dirección a Arteixo, informaron a Carlos de la situación. Llegaron a la conclusión de que era mejor que fueran ellos dos solos, ya que, con los controles podría complicarse todo aún más.

Toni le puso al corriente de todo y después de desearles suerte y cortar la comunicación, se derrumbó en su sofá, destrozado, incapaz siquiera de soltar una lágrima.

Tomaron la carretera antigua, con la esperanza de que los controles estuvieran sólo en la autovía. Se equivocaron. Lo vieron de lejos y decidieron dar la vuelta y buscar otra opción.

‑¿Crees que podríamos llegar al alto de la Zapateira? –preguntó Jorge.

‑Podríamos intentarlo campo a través, porque por la avenida tenemos un control de salida. ¿Conoces otro camino?

‑Sí, si logramos llegar allí, podríamos ir por una carretera secundaria e incluso por una pista forestal que conozco. No creo que la tengan controlada.

‑Pues no hay más que hablar, allá vamos.

Lograron llegar al alto sin problemas, aunque bastante doloridos. De allí a la casa de los padres de María fue más sencillo. Tal y como predijo Jorge, los militares no conocían la zona y la carretera no estaba cortada.

La casa era sencilla, antigua. Constaba de dos plantas, el acceso a la superior era por una escalera exterior. El cierre de la finca era común, hecho con bloque, apenas llegaba a los dos metros de altura.

El portal de entrada estaba abierto. Pasaron y lo cerraron. Dejaron la moto frente a la entrada de la casa y llamaron al timbre. Nada. Sin respuesta.

De repente oyeron unos golpes en una puerta interior y una especie de jadeos.

‑¿Pero qué cojones ha sido eso y dónde están estos tíos? –se alarmó Jorge.

‑¡Aquí! –se oyó la voz de Jaime proveniente de la segunda planta.

Subieron las escaleras y se encontraron con sus amigos, se abrazaron efusivamente, como si hiciera meses que no se veían. María tenía los ojos llorosos y temblaba.

‑Pasad ya –ordenó Jaime nervioso mientras cerraba la puerta y ponía el seguro.

‑¿Dónde está Esther? –inquirió María temiéndose lo peor.

Toni negó con la cabeza. María corrió a abrazarse a Jorge, bañada en lágrimas mientras Jaime preguntaba a Toni con la mirada. Como toda respuesta, bajó los ojos, avergonzado. Comenzó a narrar lo sucedido, totalmente avergonzado.

‑Cómo has podido hacer semejante locura –le reprochó María furiosa.

‑Cállate María, lo hubiese hecho yo, pero me lo impidió –zanjó la conversación Jorge.

‑Pues aquí estamos más jodidos –declaró Jaime.
‑¿A qué te refieres? –preguntó Jorge.

martes, 10 de junio de 2008

Capítulo 21

Capítulo 21

Al contrario que el pasado día, el tráfico era prácticamente inexistente. Cuando llegó a la entrada de la ciudad, a la altura del centro comercial donde habían hecho la compra el sábado, se encontró un control militar.

Apenas había un par de vehículos parados delante de él. Cuando le tocó su turno le pidieron la documentación, le preguntaron de dónde venía, cuál era el motivo de su viaje, etc. Las típicas preguntas esperadas. Después de contar que regresaba a su domicilio, ya que ayer estaba en su casa del pueblo y no le había dado tiempo a volver debido al toque de queda, le dejaron pasar, no sin antes advertirle que no podría salir de la ciudad en unos días.

Siguió su camino, maldiciéndose por no haber pensado que podría entrar, justificando que vivía en la ciudad, pero que no sería tan fácil salir. –Bueno –pensó‑ veremos si puedo salir o no.

Se concentró en la conducción y en diez minutos llegó a casa de sus amigos. Vivían en el barrio del Agra del Orzán, donde ambos habían nacido, aunque en un bonito piso que habían comprado este mismo año.

Puso el candado en su moto y llamó al timbre. Pese al inicial rechazo por parte de Jorge a que subiera, al final accedió, no sin antes dedicarle unos improperios a los que Toni no dio la más mínima importancia.

Cuando llegó se encontró a su amigo. Al menos lo parecía. Estaba totalmente demacrado, con unas profundas ojeras, desaliñado. Incluso se podría decir que había adelgazado visiblemente en un par de días. Se dieron un abrazo.

‑Tío estás hecho un verdadero asco –bromeó intentando levantarle el ánimo.

‑Cómo coño quieres que esté –respondió huraño.

Pasaron al dormitorio principal y la escena que vio hizo que se le erizara todo el vello del cuerpo. Los padres de Esther estaban en ropa interior acostados encima de la cama, sudando copiosamente. Sus rostros, en una mueca constante de dolor, estaban lívidos, cuando debían estar enrojecidos debido al calor. Sus pechos apenas se elevaban trabajosamente con cada respiración.

Jorge se acercó a ellos e inútilmente intentó que ingirieran un poco de agua. Les secó el sudor y salieron de la habitación cerrando la puerta detrás de ellos.

‑¿Por qué no les pones un poco de hielo, a ver si les baja la fiebre? –preguntó con lógica Toni.

‑Casi no me queda para Esther –sollozó‑, y ella va primero.

Esta vez no hizo ningún comentario, su amigo estaba pasando por un puto infierno. Sólo se le ocurrió apretarle cariñosamente un hombro y seguirlo al otro dormitorio. Sobraban las palabras.

Toni inspiró profundamente antes de entrar en el otro cuarto y se juró no mostrar ninguna emoción. Estaba allí para dar ánimos, no para desanimar.

Abrieron la puerta y entraron. Jorge portaba dos pequeñas bolsas con hielo. Se acercó a Esther, la besó con cariño y le susurró unas palabras que Toni no llegó a oír.

Estaba prácticamente como sus padres, en estado comatoso, sudando a mares. Colocó las bolsas bajo sus axilas, sin poder aguantar el llanto y le secó el sudor. Toni se acerco y le dio un beso. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas. Lo intentó con todas sus fuerzas pero no pudo evitarlo. Salió de la habitación y los dejó a solas, no podía seguir allí viendo como su amiga se consumía sin remedio.

Jorge salió a los cinco minutos, totalmente decaído. Se fueron al salón.

‑Tío te he preparado una ensalada, tienes que comer algo –le dijo Toni ofreciéndole una cerveza.

‑No tengo ganas, gracias.

‑Me da igual, tienes que comer –ordenó Toni enfadado.

Era raro verlo enfadado, así que consiguió que Jorge comenzara a comer algo. Finalmente dio buena cuenta de un par de cervezas y de toda la ensalada. A saber lo que llevaba sin comer, pensó Toni. Se quedaron los dos dormidos.

Unos ruidos provenientes de la habitación de los padres de Esther despertaron a Toni media hora después.

Decidió ir a echar un vistazo y dejar dormir a su amigo. El padre estaba convulsionando. Gemía de dolor. Se acercó a él y apreció que le salía sangre por la boca y nariz, se estaba ahogando con su propia sangre. Lo puso de lado, intentando en vano salvar su vida. Era tarde. En un estertor final, tensó todo su cuerpo sentándose en la cama, abrió los ojos como intuyendo su final y se desplomó sin vida, librándose de una agonía infernal. Se fijó en que su esposa ya no respiraba. Los dos habían fallecido y parece ser que entre tremendos dolores. La cama estaba totalmente empapada de sangre, que ya llegaba al suelo.

Se giró para salir de ese cuarto lleno de muerte y vio a Jorge apoyado en el marco de la puerta. Su expresión era el vivo reflejo de la desesperación. Cruzaron sus miradas, comprendiendo el terrible destino que le esperaba a Esther. Salieron para siempre de esa habitación y se dirigieron a la otra.

Su estado no había cambiado, apenas realizaba dos o tres respiraciones por minuto. Jorge, bañado en lágrimas se acercó a ella y la abrazó. Finalmente le dio un prolongado beso y se levantó dirigiéndose hacia Toni.

‑Déjame tu arma –rogó desesperado.

‑¿Pero qué cojones dices? –preguntó totalmente asombrado.

‑No pienso dejarla morir así, tienes que entenderlo –imploraba llorando como un niño‑. Por favor amigo, dame tu arma.

A Toni se le hizo un nudo en la garganta. Se le estaba cayendo el mundo encima. Maldita sea no podía permitirle hacer eso. No, su amigo no.

‑Yo lo haré –contestó él mismo sorprendido por su repentina decisión‑, no puedo dejarte que te despidas de ella de esta manera, no te lo perdonarías en toda tu vida.

‑No…

Lo sujetó por el antebrazo, interrumpiéndolo. –Tú harías lo mismo. Sal de la habitación. Ahora –ordenó impasible.

Jorge salió dócilmente y se dirigió a la cocina tapándose los oídos, totalmente desconsolado. Toni cerró la puerta y llorando como nunca lo había hecho en su vida se acercó a su amiga. –Te quiero Esther, nunca te olvidaremos. Le dio un beso, sacó su arma e hizo lo que tenía que hacer.

El estampido sonó como un trueno cercano. Jorge gritó desesperado y corrió hacia la habitación; se encontró con Toni, ya cerrando la puerta.

‑No puedes entrar. Ya no está con nosotros –balbuceó mientras se abrazaban.

‑Vámonos de aquí, no puedo quedarme un segundo más en esta casa –rogó Jorge.

‑De acuerdo, coge una cazadora, he traído la moto.

Cuando estaban bajando las escaleras la radio crepitó: ‑Chicos, ¿podéis oírme? –la voz de Jaime sonó muy débil, apenas audible.

‑Dime, soy Toni, estoy en casa de Jorge.

‑Tenemos… proble… ayud…podéis… ‑la transmisión sonaba entrecortada.

‑¿Qué pasa, casi no te entiendo? ¿Estáis bien? –preguntó casi a gritos Toni.

Nada. Sólo oyeron más estática.

‑Me cago en la hostia –maldijo Jorge‑ vamos a su casa, pueden estar en dificultades. ¿Sabes dónde están?

‑Sí, en casa de los padres de María, cerca de Arteixo. Claro, por eso no los habrá oído Carlos, están demasiado lejos. Vamos –asintió Toni, pensando ya el itinerario alternativo en caso de encontrarse controles.

viernes, 6 de junio de 2008

Capítulo 20

Capítulo 20

Domingo, 30 de marzo de 2008

Charles abrió los ojos lentamente. La luz del alba se filtraba a través de la delgada cortina blanca, dejando entrever un cielo límpido de un azul intenso. El sudor corría por todo su cuerpo y notaba que la cabeza le iba a estallar, le latían las sienes con fuerza, como un martilleo intenso y constante. Se giró y vomitó sin control, lo que además le produjo unos tremendos calambres en su estómago. El dolor le hizo caer al suelo retorciéndose. Logró incorporarse, ni se acordó de mirar el lecho de al lado, y llegar tambaleándose al cuarto de baño. Vio las bolsas de hielo en la bañera y en un instante de lucidez se introdujo en ella, desmayándose en el acto.


Carlos había pasado casi toda la noche en vela. No dejaba de pensar en Sonia. Se levantó sobre las ocho de la mañana y preparó café; Toni apareció casi de inmediato, con cara de pocos amigos.

‑¿Qué hora es? –preguntó medio dormido.

‑Las ocho en punto –contestó Carlos.

‑No has dormido, verdad –se interesó Toni.

‑No mucho. He descansado eso sí.

‑¿Cuál es el plan para hoy, qué has pensado?

‑Esperaremos un par de horas y llamaremos a los demás a ver cómo están, ¿te parece?

‑Por mí estupendo, tío. Pero antes habrá que desayunar, ¿no?


Una vez que se asearon y cargaron de combustible su organismo pasaron al salón para llamar a sus amigos.

Como habían previsto, había un colapso total, al intentar telefonear el mensaje era siempre el mismo: “Nuestras líneas están ocupadas, por favor, inténtelo más tarde”.

‑Imposible con mi móvil –afirmó Toni.

‑Bueno, para eso compramos los radioteléfonos –dijo con una sonrisa de triunfo Carlos.

‑Vale, vale, a mi no se me hubiera ocurrido, lo reconozco –confesó.

María y Jaime habían decidido pasar estos días con los padres de ella en su casa, en un pueblo de las afueras y dijeron que llamarían si había novedades. La conversación fue breve, no había ánimo para más.

La situación era bastante peor en otro lugar. Esther estaba enferma. Aunque Jorge le había inyectado la vacuna a la mañana siguiente, parece ser que había llegado tarde y no había hecho efecto. Sus padres estaban, según él, en las últimas, habían acudido a pasar la enfermedad con su hija.

El desenlace en todos los casos parecía que iba a ser fatal.

‑Joder Jorge está a punto de derrumbarse –comentó un también triste Carlos.

‑Qué te parece si me voy a su casa –sugirió Toni.

‑Magnífica idea, no vaya a ser que Jorge cometa alguna estupidez –le respondió su amigo.

‑¿Vas a ir a ver a Sonia?

‑No, en principio la llamaré. Si no me dice lo contrario, prefiero no ir allí a molestar –contestó dubitativo Carlos.

‑Venga tío, no te vengas abajo. Me llevo la moto, podré moverme mejor por la ciudad, ¿te parece?

‑Sí, perfecto, será lo mejor. Y llévate la pistola y tu radioteléfono, nunca se sabe…

‑No creo que me haga falta el arma, no seas alarmista –replicó Toni.

‑¡Coño, qué más te da! No te cuesta nada, en el peor de los casos no la desenfundarás, pero me sentiré más tranquilo si te la llevas –le reprendió Carlos.

‑Vale, vale, no discuto.

Se despidieron con un fuerte abrazo. –Cuídate y vuelve de una pieza, capullo –murmuró Carlos al borde de las lágrimas.Toni, visiblemente emocionado, no respondió. Salió de la casa, montó en su moto y se fue en dirección a La Coruña.

lunes, 2 de junio de 2008

Capítulo 19

Capítulo 19


El resto del día, Toni y Carlos, lo pasaron en casa, informándose a cada rato por la televisión o la radio de cómo transcurrían los acontecimientos.


Tal y como había previsto el norteamericano, a las ocho de la tarde anunciaron el estado de excepción en todo el país, con toque de queda desde las diez de la noche hasta las ocho de la mañana. Los militares tomaron el control de todas las ciudades, ayudados, eso sí, por los distintos cuerpos de seguridad.

Se produjeron múltiples episodios de saqueos y atracos. A causa de los mismos, ya se habían contabilizado más de cien muertos en todo el territorio nacional. A pesar de los innumerables llamamientos a la calma en los diferentes medios de comunicación, por parte de las autoridades, el pánico se había instalado ya en todos los hogares.

Los centros sanitarios y los nuevos puntos de atención médica de emergencia creados no daban abasto; todas las farmacias del país se habían quedado sin existencias de analgésicos, antibióticos y calmantes en general. Muchas habían sido saqueadas.

Todos los grandes centros comerciales, ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, decidieron cerrar sus puertas, medida que fue imitada por el pequeño comercio. A las cinco de la tarde no había una sola tienda abierta en toda España; poco a poco se fueron uniendo los establecimientos hosteleros. Una hora más tarde en las ciudades sólo se veían vehículos dirigiéndose a sus domicilios o centros médicos. No se observaban apenas personas a pie.

Las televisiones prácticamente no informaban de la evolución de la epidemia, por lo que la ciudadanía en su mayoría optó por informarse a través de internet, colapsando la red. Aun así muchos pudieron informarse que en otros países la situación era similar o peor.

En E.E.U.U. –país de donde provenían más noticias‑, se habían dado los primeros casos de fallecimiento debidos, previsiblemente, a la epidemia.


Un George Bush visiblemente demacrado y enfermo, compareció a las cuatro de la madrugada hora española, comentando lo ya conocido en España y añadiendo que sabían quienes eran los responsables y que actuarían en consecuencia, usando, de ser necesario, todo su potencial bélico. Ni una palabra, eso sí, sobre que no se trataba de una simple gripe.

Gracias a algunos internautas se supo que los norteamericanos habían entrado, después del discurso, en DEFCON 2[1], nivel sólo alcanzado anteriormente durante la crisis de los misiles de Cuba, en 1962.

Más tarde, cuando España dormía todavía, se filtraron los primeros rumores, extendidos principalmente en Sudamérica, sobre otros efectos de la epidemia; se hablaba de casos de rabia entre los supervivientes, pero en ningún caso había pruebas documentales de ello.


La IV Flota norteamericana abandonaba su destino, Sudamérica, para pasar a patrullar frente a la costa este, como previsión a supuestas agresiones. La Flota del Pacífico se dirigía, a su vez, a la costa este.

Mientras tanto la VI Flota daba por concluidas unas maniobras en el norte de África y navegaba, rauda, a relevar a la V Flota posicionada en el Golfo Pérsico, que a su vez forzaba máquinas para llegar lo antes posible a las cercanías de Japón.

Pese a que a la vista de los satélites parecía que los norteamericanos tomaban únicamente posiciones defensivas, no era del todo cierto. Todos los submarinos clase Ohio[2] habían recibido órdenes, veinticuatro horas antes, de posicionarse en diferentes puntos de ataque estratégicos. Habían sido informados por el propio Jefe del Estado del ataque que había sufrido su país, a fin de disipar posibles dudas en la cadena de mando ante la eventual orden de abrir fuego.

Con lo que no contaban los gobiernos era con que la epidemia hubiese llegado a las diferentes armadas, que junto con los ejércitos de tierra comenzaban a estar diezmados. Se habían librado, en principio, la mayor parte de los submarinos, por no estar en puerto al comenzar los ataques.

Al mismo tiempo, a la base de Eielson, en Alaska, comenzaron a llegar los primeros bombarderos B-52, cargados con bombas de gravedad B53, de nueve megatones.

Estados Unidos preparaba su respuesta y parecía que iba a ser contundente.

[1] Acrónimo de DEFense CONdition, condición o estado de defensa, siendo el nº5 el más bajo y el nº1 el más alto.
[2] Clase de submarinos con propulsión nuclear y armados con veinticuatro misiles balísticos Trident II. E.E.U.U. posee catorce de ese tipo y cuatro más con misiles Tomahawk de cabeza convencional.