miércoles, 6 de agosto de 2008

Comentario del autor

Bueno, hasta aquí la primera parte.

Ahora me tomaré unas vacaciones y nos veremos en septiembre con la segunda: El reinado de los infiernos. Buen verano a todos. Saludos.

martes, 5 de agosto de 2008

Capítulo 31

Capítulo 31


Priest se había quedado dormido después de dar rienda a sus instintos en la habitación de al lado. Todo se ponía a su favor. Ahora, mientras sentía el temblor bajo sus pies sabía que la civilización finalmente se desplomaba y el estaba gozando del momento. Su momento. Se acercaba el final. No, un nuevo comienzo.

Aunque era de día y eso representaba para él un riesgo, decidió emprender su viaje, seguro de sus posibilidades de éxito. Fue a su habitación, se dio una ducha y se cambió de ropa.

Más tarde ya aseado y con una bolsa de deporte en su mano se dirigió al ascensor y pulso el botón de recepción. No había descendido ni un piso cuando se apagaron las luces y se encendieron las de emergencia. Se había cortado la corriente eléctrica. Se concentró unos instantes y logró abrir las puertas del ascensor con aparente facilidad. Estaba detenido entre dos plantas. Decidió salir por la parte de abajo, obviando el riesgo de que se pusiera de nuevo en marcha y lo partiese en dos. No era ese su destino. Se dirigió a las escaleras, abrió la puerta y se encontró con dos individuos que se abalanzaron sobre él, sorprendiéndolo unos instantes.

A uno de ellos lo lanzó contra la pared y al otro lo sujetó por el cuello.

‑¿Qué coño pasa aquí? –se preguntó‑. El que estaba sujetando logró zafarse de su presa y cayó al suelo, mientras que el que había arrojado contra la pared se levantaba sin aparente esfuerzo.

–Imposible –pensó‑. Los dos deberían estar muertos. Entonces se fijó en que su estado no era precisamente normal. Sus ojos estaban inyectados en sangre, mostraban una rigidez en sus manos que formaban una especie de garras y una ligera espuma corría por la comisura de sus labios.

–Vaya, vaya –exclamó mirando directamente a los ojos del que se dirigía de nuevo hacia él‑, así que la infección tiene algún efecto secundario. El hombre se quedó inmóvil, pasivo.

Se agachó y levantó al otro agarrándolo de nuevo por el cuello, sus ojos se cruzaron y lo dejó caer. Se quedó también totalmente quieto.

‑Impresionante –aseveró pasmado‑, es más fácil dominarlos ahora en este estado.

Los dos sujetos bajaban las escaleras delante de él, en trance. Su débil mente les forzaba a obedecer. ¿A cuántos más en este estado se encontraría? Decidió averiguarlo.

En recepción se topó con cuatro más que comenzaron a caminar hacia él. Fue sencillo. Los seis individuos estaban bajo su control. Cogió las llaves de los automóviles que encontró y se dirigió por las escaleras hacia el aparcamiento. Una única orden salió de su mente y los sujetos comenzaron a atacarse mutuamente. No se quedó a ver el baño de sangre.

Entre todos los vehículos destacaba sobremanera un precioso Audi R8 de color blanco. Tras encontrar la llave no se lo pensó y se montó en él. Salió del garaje rompiendo la débil barrera de madera y enfiló la avenida siguiendo las señales en dirección a la autopista.


A petición de Charles hicieron una parada en el centro comercial próximo al centro de salud. Estaba abandonado. Entró rompiendo una de las enormes cristaleras y salió a los pocos minutos con bolsas llenas de cinta aislante.

‑¿Y esto? –preguntó intrigada Sonia.

‑Nos ayudará a aislar algo más puertas y ventanas –sonrió.

Cuando llegaron a su casa la encontraron a oscuras. Carlos enfiló hacia la entrada del garaje y estacionó el coche fuera.

‑Será mejor que cierres la puerta de la entrada de la finca –sugirió Charles.

Carlos asintió mientras los demás entraron.

Cuando estuvieron todos reunidos en el salón Charles les dio unas breves nociones sobre radiactividad y sus efectos. Todos escuchaban aterrados con una expresión de gravedad en sus rostros. El silencio era tétrico.

‑Bien, es hora de ponerse manos a la obra –anunció Charles.

‑¿Cómo es que no hay corriente? –indagó María.

‑Seguramente algunas centrales habrán caído debido a la explosión o simplemente habrán sido abandonadas sin más, apenas pueden funcionar unos días sin el debido mantenimiento.

‑Bueno, dispongo de un pequeño generador –expuso Carlos.

‑Entonces es un buen momento para que lo revises y lo pongas en marcha, ¿cómo estamos de víveres y agua?

‑Sobrados para un mes al menos –masculló Toni dolorido por su costilla.

‑Lo que tenemos que hacer es bastante sencillo. Las persianas metálicas son un excelente aislante pero debemos tapar todos los resquicios con la cinta. No os preocupéis –dijo intuyendo la pregunta por sus caras‑ no nos asfixiaremos. Aun tapándolo todo muy bien entrará suficiente aire. Así que dividámonos, las chicas a usar la cinta y los demás trasladaremos los víveres a la bodega. Nadie puso objeciones y se pusieron a ello.

En apenas una hora habían concluido, estarían un poco justos de espacio pero podrían aguantar.

‑Buen trabajo –felicitó Charles animándolos‑, la puerta del garaje ¿se abre hacia dentro?

‑Sí –contestó Carlos.

‑Bien, dejaremos el todoterreno justo fuera por si hay problemas y tenemos que irnos y mi coche dentro bien pegado a la puerta para impedir lo más posible su apertura.

‑¿Y por qué vamos a tener que irnos? –interrogó Sonia mientras fruncía el ceño.

‑Luego os lo contaré –contestó mirando a Carlos que sonreía.

‑¿Quién no sabe usar un arma? –preguntó cambiando de tema.

Jaime y las tres chicas levantaron la mano.

‑Bien vamos fuera, vais a realizar un curso intensivo de diez minutos.


‑Joder con el tío –dijo Toni cuando salieron‑ ¿os parece de fiar?

‑Bueno, nos salvó el culo y parece que sabe lo que hace –contestó Jorge.

‑Estoy de acuerdo –afirmó Carlos‑. Vamos a llevar unos cubos al garaje, los usaremos como lavabos, sino la bodega puede convertirse en una pocilga.

‑Excelente idea –reconoció Jorge‑, mientras haré unos litros de café, puede que nos vengan bien.

‑Eso y a mí dejadme aquí solito sin hacer nada –bromeó Toni un poco más dolorido tras practicarle Nuria un vendaje de sujeción.

‑De eso nada –objetó Carlos entregándole su ordenador portátil‑, haz algo útil e intenta conectarte a internet a ver cómo está el mundo ahí fuera.


‑¿Qué tal se han portado disparando? –interrogó Jorge cuando se reunieron todos de nuevo.

‑Bueno, no son tiradores de primera, pero con las escopetas se defenderán a la perfección –repuso Charles.

Toni no había logrado conectarse a internet, parecía caída, así que le pasó el ordenador a Carlos a ver si era capaz.

‑¿Tienes conexión vía satélite? –interrumpió Charles.

‑Sí, así es.

Le facilitó los datos de conexión para entrar en la cuenta de su agencia y a partir de ahí pudieron navegar.

Los hechos eran estremecedores, Paris, Berlín, Madrid, Los Ángeles y Atlanta, además del cataclismo creado en China y Corea del Norte. Aún así, si no fuera por la epidemia, las cosas no estarían tan mal para occidente, pero los pocos datos fiables hablaban de millones de muertos y la mayoría de los supervivientes desarrollaban algo parecido a una rabia.

Prácticamente nada funcionaba, sólo los sistemas de emergencia gubernamentales y no se sabía durante cuánto tiempo. De España no había ninguna información. Todo el sistema de comunicaciones y eléctrico había caído. Empezaba a ser un sitio poco propicio para vivir. Eso si es que conseguían sobrevivir al caos generado.

‑Es el fin, ¿verdad? –preguntó retóricamente Nuria.

‑Nada de eso, nosotros perduraremos, te lo garantizo –se apresuró a agregar Carlos animoso.

‑El fin de los tiempos tal y como los conocemos, es posible –añadió un lúgubre Charles‑, pero estoy con Carlos, vamos a salir adelante.

De fondo, empezaron a oír unos truenos. Jorge salió a comprobarlo.

‑Va a empezar a llover en unos momentos –concluyó al entrar.

‑Bien, es el momento de sellar la puerta y bajar a la bodega. ¿Alguien echa en falta alguna cosa que podamos necesitar? –inquirió mirándoles a los ojos uno a uno Charles.

‑Entonces abajo. Pero también nos llevaremos tu catana, nunca se sabe.

Todos se sorprendieron de que Carlos no pusiera objeciones, ¿sabía algo que ellos desconocían?

Una vez todos más o menos acomodados abajo Toni fue el primero en preguntar lo que todos tenían en mente.

‑Y bien tío, ¿por qué vamos a tener que irnos? Y lo más importante, ¿qué coño haces aquí? Lo de que estás de vacaciones no me lo trago –sonrió afable.

‑Ciertamente no lo estoy. Y todo tiene relación. Sólo os pido que abráis vuestra mente, todo lo que os voy a contar lo saben quizá diez o doce personas en todo el mundo. Probablemente ya sólo quede yo. Si algo me pasara… confío por vuestro bien que acabéis mi tarea –asintió Charles.

‑Todo se remonta a hace muchos siglos –comenzó con un rictus tenso‑, quizá a…


FIN DE LA PRIMERA PARTE

viernes, 1 de agosto de 2008

Capítulo 30

Capítulo 30

La luz era tan intensa que no hubiera hecho falta que el guardia civil los avisase. Casi de inmediato percibieron el intenso temblor de tierra. Charles fue el primero en reaccionar y les ordenó apartar la vista de inmediato. El resplandor fulgía con una intensidad asombrosa. Un segundo sol.

Veinte segundos más tarde la luz fue perdiendo intensidad. Entonces se decidieron a mirar. Se quedaron sin aliento. Sobre el cielo se elevaba un gigantesco hongo de ochenta kilómetros de altura. Nadie se atrevió a decir nada, sólo contemplaban el espectáculo, incapaces de moverse.

Finalmente Charles tomó el control.

‑Señores hay que ponerse en marcha, ¡ya! ‑ordenó sin miramientos.

‑Pero qué coño ha sido eso y donde –tartamudeó Jorge incrédulo.

‑Una explosión nuclear, probablemente en Madrid, o en la base de Torrejón–aseveró Charles.

‑Veamos, usted ha dicho que en la parte de atrás hay vehículos –afirmó retóricamente mirando a Andrés.

‑Sí, además de equipo y armas –musitó al borde de la inconsciencia.

‑Está bien, si os parece vamos a por un par de vehículos y salimos de aquí de inmediato. Los demás asintieron y salieron dejando al agente dentro con Toni.

Echaron un vistazo a las armas que portaban los atacantes. Estaban prácticamente sin munición, por lo que optaron por no llevárselas.

Cuando abrieron la puerta del garaje se encontraron con dos todoterrenos de la guardia civil. En el armero no había ningún fusil, alguien se les había adelantado, seguramente los agentes que no daban señales de vida. Sin embargo había tres escopetas Franchi SPS 350 y cuatro pistolas Heckler & Kock USP de 9 mm. Decidieron llevárselas junto con toda la munición que había, así como los seis chalecos antibalas que encontraron y dos potentes linternas.

‑Bueno, Jorge y yo conduciremos los todoterrenos. Llevaremos a Andrés a un centro de salud y, de paso, recogeremos a una amiga.

‑¿Cuáles son los vientos dominantes en esta zona? –preguntó Charles.

‑Qué coño importa eso ahora –objetó Jorge.

‑Importa y mucho, si sopla viento del este traerá radiación y las próximas lluvias serán radiactivas.

‑Joder, no había pensado en eso –contestó azorado‑. Normalmente sopla nordeste, aunque hoy creo que tenemos viento del norte.

‑Eso nos da un margen de tiempo, de todas formas es de suponer que si han atacado a España también lo habrán hecho en otros países europeos, con lo cual el viento podría no ser un aliado ahora mismo. Necesitamos un sitio seguro, a ser posible un sótano, un túnel… algo lo suficientemente aislado y prepararnos para pasar en él unos días.

‑Mi casa –dijo Carlos‑, tengo una bodega en el sótano, podríamos acondicionarla en apenas dos horas.

‑Bien, puede valer. En ese caso mejor será dividirnos. Jorge y yo llevaremos al agente y…

‑No, de ninguna manera –interrumpió Carlos‑. Iremos tú y yo, los demás conocen el camino.

‑De acuerdo, ‑manifestó encogiéndose de hombros‑ pongámonos en marcha entonces.

Así pues, Jorge y Toni partieron en uno de los todoterrenos hacia la casa de Carlos. Llamaron a Jaime y María y los pusieron al corriente de los acontecimientos a fin de que empezaran a vaciar la bodega.

Cuando estaban llevando a Andrés al coche éste dejó de respirar. Lo dejaron en el suelo y cuando Carlos iba a intentar reanimarlo, Charles lo detuvo.

‑Es inútil, ha perdido demasiada sangre, seguramente tendrá un riñón destrozado. Aunque lo pudiésemos reanimar no llegaría al hospital.

Carlos asintió, cargó con él y lo dejó dentro del cuartel.


Al final decidieron ir en el bmw de Charles, era más rápido que el todoterreno. Intentó ponerse en contacto con Sonia, pero no consiguió contactar con ella. Su rostro denotaba una profunda preocupación.

‑Esa chica, ¿es tu novia?

‑Qué más quisiera, pero sólo es amiga –manifestó triste‑, por cierto ¿cómo es que no te has contagiado?

Charles le preguntó lo mismo y se intercambiaron sus experiencias, contándose también sus encuentros con algunos infectados.

‑¿Me vas a contar por qué estás aquí realmente? Que yo sepa nadie hace turismo con armas –afirmó Carlos con sorna.

‑Si te parece os pondré al corriente a todos juntos, aunque será difícil que me creáis –aseveró tras pensarlo unos instantes.

Llegaron al centro de salud y no vieron a nadie en las inmediaciones. Había decenas de automóviles estacionados de cualquier manera, totalmente abandonados. Volvió a llamarla sin éxito, así que decidieron entrar a buscarla.

‑Espera, será mejor que entremos preparados para lo peor –comentó Charles‑ ofreciéndole una de sus pistolas.

‑No es necesario, llevo las mías –sonrió mostrándoselas.

‑¡Jesús, menudo cañón! –declaró señalando la S&W‑, espero que sepas usarla.

‑No te preocupes, no soy tan bueno como tú, vi perfectamente cómo liquidabas a aquel tío a bastante distancia, fue impresionante, pero de cerca no fallaré.


Oyeron ruido de cristales. Miraron hacia la primera planta y las vieron. Eran Sonia y Nuria.

‑¿Qué sucede? –inquirió asustado Carlos.

‑No podemos salir –gritó Sonia bastante inquieta‑ algunos de los enfermos tienen una especie de… de rabia o algo así. Estamos encerradas en esta habitación.

‑¿Cuántos hay? –preguntó a su vez Charles.

‑Creo que seis o siete no estamos seguras.

‑Vamos, entremos ya –apremió Carlos.

‑Espera, no te impacientes. Cuando tuve mi encuentro con el infectado tuve que efectuar cinco disparos, hasta que no le atiné en el corazón no lo liquidé. No va a ser nada fácil acabar con esos. En el mejor de los casos sólo son seis pero a lo mejor hay más y sería un suicidio entrar ahí.

‑¿Qué propones?

‑Sólo hay unos cuatro metros desde la ventana al suelo, si ponemos el coche debajo, unos tres. Si consiguen unas sábanas o algo para descolgarse será más fácil.

‑¿Hay alguna medicina o útiles sanitarios en esa habitación? –preguntó con acierto Charles‑, cualquier cosa puede ser útil.

‑Sí, pero ningún antibiótico –anticipó Sonia intuyendo que se refería a eso‑, reuniremos lo que sea útil y os lo lanzaremos.

‑Tenéis sábanas o algo para hacer una especie de cuerda –exclamó Carlos.

Nuria negó con la cabeza. –Sólo la funda de la camilla y un par de batas, podemos probar con eso.

‑Pues intentadlo y asegurad bien los nudos –contestó Charles.

Entraron en el coche y lo situaron justo debajo de la ventana, luego se subieron al techo y esperaron. Nuria se asomó a la ventana y les lanzó una caja de cartón con lo que pudieron reunir. Luego aparecieron las dos batas anudadas, apenas descolgaban un metro, pero eso bastaría.

‑Bien, con cuidado, descolgaos lentamente y prácticamente tocaréis el techo del coche –anunció Charles.

Las batas aguantaron a la perfección y las chicas llegaron sin problemas al automóvil.

Carlos no pudo contenerse y abrazó con fuerza a Sonia besándola sin miramientos. Ella no hizo nada por evitarlo. La tensión acumulada pasaba factura y los sentimientos estaban a flor de piel. Luego de abrazar también a Nuria, aunque de una forma menos apasionada, hizo las presentaciones, entraron en el coche y emprendieron el camino a su casa.