martes, 5 de agosto de 2008

Capítulo 31

Capítulo 31


Priest se había quedado dormido después de dar rienda a sus instintos en la habitación de al lado. Todo se ponía a su favor. Ahora, mientras sentía el temblor bajo sus pies sabía que la civilización finalmente se desplomaba y el estaba gozando del momento. Su momento. Se acercaba el final. No, un nuevo comienzo.

Aunque era de día y eso representaba para él un riesgo, decidió emprender su viaje, seguro de sus posibilidades de éxito. Fue a su habitación, se dio una ducha y se cambió de ropa.

Más tarde ya aseado y con una bolsa de deporte en su mano se dirigió al ascensor y pulso el botón de recepción. No había descendido ni un piso cuando se apagaron las luces y se encendieron las de emergencia. Se había cortado la corriente eléctrica. Se concentró unos instantes y logró abrir las puertas del ascensor con aparente facilidad. Estaba detenido entre dos plantas. Decidió salir por la parte de abajo, obviando el riesgo de que se pusiera de nuevo en marcha y lo partiese en dos. No era ese su destino. Se dirigió a las escaleras, abrió la puerta y se encontró con dos individuos que se abalanzaron sobre él, sorprendiéndolo unos instantes.

A uno de ellos lo lanzó contra la pared y al otro lo sujetó por el cuello.

‑¿Qué coño pasa aquí? –se preguntó‑. El que estaba sujetando logró zafarse de su presa y cayó al suelo, mientras que el que había arrojado contra la pared se levantaba sin aparente esfuerzo.

–Imposible –pensó‑. Los dos deberían estar muertos. Entonces se fijó en que su estado no era precisamente normal. Sus ojos estaban inyectados en sangre, mostraban una rigidez en sus manos que formaban una especie de garras y una ligera espuma corría por la comisura de sus labios.

–Vaya, vaya –exclamó mirando directamente a los ojos del que se dirigía de nuevo hacia él‑, así que la infección tiene algún efecto secundario. El hombre se quedó inmóvil, pasivo.

Se agachó y levantó al otro agarrándolo de nuevo por el cuello, sus ojos se cruzaron y lo dejó caer. Se quedó también totalmente quieto.

‑Impresionante –aseveró pasmado‑, es más fácil dominarlos ahora en este estado.

Los dos sujetos bajaban las escaleras delante de él, en trance. Su débil mente les forzaba a obedecer. ¿A cuántos más en este estado se encontraría? Decidió averiguarlo.

En recepción se topó con cuatro más que comenzaron a caminar hacia él. Fue sencillo. Los seis individuos estaban bajo su control. Cogió las llaves de los automóviles que encontró y se dirigió por las escaleras hacia el aparcamiento. Una única orden salió de su mente y los sujetos comenzaron a atacarse mutuamente. No se quedó a ver el baño de sangre.

Entre todos los vehículos destacaba sobremanera un precioso Audi R8 de color blanco. Tras encontrar la llave no se lo pensó y se montó en él. Salió del garaje rompiendo la débil barrera de madera y enfiló la avenida siguiendo las señales en dirección a la autopista.


A petición de Charles hicieron una parada en el centro comercial próximo al centro de salud. Estaba abandonado. Entró rompiendo una de las enormes cristaleras y salió a los pocos minutos con bolsas llenas de cinta aislante.

‑¿Y esto? –preguntó intrigada Sonia.

‑Nos ayudará a aislar algo más puertas y ventanas –sonrió.

Cuando llegaron a su casa la encontraron a oscuras. Carlos enfiló hacia la entrada del garaje y estacionó el coche fuera.

‑Será mejor que cierres la puerta de la entrada de la finca –sugirió Charles.

Carlos asintió mientras los demás entraron.

Cuando estuvieron todos reunidos en el salón Charles les dio unas breves nociones sobre radiactividad y sus efectos. Todos escuchaban aterrados con una expresión de gravedad en sus rostros. El silencio era tétrico.

‑Bien, es hora de ponerse manos a la obra –anunció Charles.

‑¿Cómo es que no hay corriente? –indagó María.

‑Seguramente algunas centrales habrán caído debido a la explosión o simplemente habrán sido abandonadas sin más, apenas pueden funcionar unos días sin el debido mantenimiento.

‑Bueno, dispongo de un pequeño generador –expuso Carlos.

‑Entonces es un buen momento para que lo revises y lo pongas en marcha, ¿cómo estamos de víveres y agua?

‑Sobrados para un mes al menos –masculló Toni dolorido por su costilla.

‑Lo que tenemos que hacer es bastante sencillo. Las persianas metálicas son un excelente aislante pero debemos tapar todos los resquicios con la cinta. No os preocupéis –dijo intuyendo la pregunta por sus caras‑ no nos asfixiaremos. Aun tapándolo todo muy bien entrará suficiente aire. Así que dividámonos, las chicas a usar la cinta y los demás trasladaremos los víveres a la bodega. Nadie puso objeciones y se pusieron a ello.

En apenas una hora habían concluido, estarían un poco justos de espacio pero podrían aguantar.

‑Buen trabajo –felicitó Charles animándolos‑, la puerta del garaje ¿se abre hacia dentro?

‑Sí –contestó Carlos.

‑Bien, dejaremos el todoterreno justo fuera por si hay problemas y tenemos que irnos y mi coche dentro bien pegado a la puerta para impedir lo más posible su apertura.

‑¿Y por qué vamos a tener que irnos? –interrogó Sonia mientras fruncía el ceño.

‑Luego os lo contaré –contestó mirando a Carlos que sonreía.

‑¿Quién no sabe usar un arma? –preguntó cambiando de tema.

Jaime y las tres chicas levantaron la mano.

‑Bien vamos fuera, vais a realizar un curso intensivo de diez minutos.


‑Joder con el tío –dijo Toni cuando salieron‑ ¿os parece de fiar?

‑Bueno, nos salvó el culo y parece que sabe lo que hace –contestó Jorge.

‑Estoy de acuerdo –afirmó Carlos‑. Vamos a llevar unos cubos al garaje, los usaremos como lavabos, sino la bodega puede convertirse en una pocilga.

‑Excelente idea –reconoció Jorge‑, mientras haré unos litros de café, puede que nos vengan bien.

‑Eso y a mí dejadme aquí solito sin hacer nada –bromeó Toni un poco más dolorido tras practicarle Nuria un vendaje de sujeción.

‑De eso nada –objetó Carlos entregándole su ordenador portátil‑, haz algo útil e intenta conectarte a internet a ver cómo está el mundo ahí fuera.


‑¿Qué tal se han portado disparando? –interrogó Jorge cuando se reunieron todos de nuevo.

‑Bueno, no son tiradores de primera, pero con las escopetas se defenderán a la perfección –repuso Charles.

Toni no había logrado conectarse a internet, parecía caída, así que le pasó el ordenador a Carlos a ver si era capaz.

‑¿Tienes conexión vía satélite? –interrumpió Charles.

‑Sí, así es.

Le facilitó los datos de conexión para entrar en la cuenta de su agencia y a partir de ahí pudieron navegar.

Los hechos eran estremecedores, Paris, Berlín, Madrid, Los Ángeles y Atlanta, además del cataclismo creado en China y Corea del Norte. Aún así, si no fuera por la epidemia, las cosas no estarían tan mal para occidente, pero los pocos datos fiables hablaban de millones de muertos y la mayoría de los supervivientes desarrollaban algo parecido a una rabia.

Prácticamente nada funcionaba, sólo los sistemas de emergencia gubernamentales y no se sabía durante cuánto tiempo. De España no había ninguna información. Todo el sistema de comunicaciones y eléctrico había caído. Empezaba a ser un sitio poco propicio para vivir. Eso si es que conseguían sobrevivir al caos generado.

‑Es el fin, ¿verdad? –preguntó retóricamente Nuria.

‑Nada de eso, nosotros perduraremos, te lo garantizo –se apresuró a agregar Carlos animoso.

‑El fin de los tiempos tal y como los conocemos, es posible –añadió un lúgubre Charles‑, pero estoy con Carlos, vamos a salir adelante.

De fondo, empezaron a oír unos truenos. Jorge salió a comprobarlo.

‑Va a empezar a llover en unos momentos –concluyó al entrar.

‑Bien, es el momento de sellar la puerta y bajar a la bodega. ¿Alguien echa en falta alguna cosa que podamos necesitar? –inquirió mirándoles a los ojos uno a uno Charles.

‑Entonces abajo. Pero también nos llevaremos tu catana, nunca se sabe.

Todos se sorprendieron de que Carlos no pusiera objeciones, ¿sabía algo que ellos desconocían?

Una vez todos más o menos acomodados abajo Toni fue el primero en preguntar lo que todos tenían en mente.

‑Y bien tío, ¿por qué vamos a tener que irnos? Y lo más importante, ¿qué coño haces aquí? Lo de que estás de vacaciones no me lo trago –sonrió afable.

‑Ciertamente no lo estoy. Y todo tiene relación. Sólo os pido que abráis vuestra mente, todo lo que os voy a contar lo saben quizá diez o doce personas en todo el mundo. Probablemente ya sólo quede yo. Si algo me pasara… confío por vuestro bien que acabéis mi tarea –asintió Charles.

‑Todo se remonta a hace muchos siglos –comenzó con un rictus tenso‑, quizá a…


FIN DE LA PRIMERA PARTE

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enhorabuena. Me ha sorprendido encontrarme con tu relato.
Soy un gallego (Lugo) afincado en Dallas y me encanta que alguien de mi tierra decida ambientar un relato en ella.
Lo has desarrollado bastante bien, aunque deberías haber hecho más hincapié en los personajes (inquietudes, más descripción...). En general escribes con bastante buen gusto, usas un vocabulario bastante extenso y veo que te gusta dejarnos en vilo entre capítulo y capítulo (joder un mes para saber quién o qué es Priest), usas excelentemente ese recurso. Ánimo y no dejes de escribir. Un saludo.