viernes, 1 de agosto de 2008

Capítulo 30

Capítulo 30

La luz era tan intensa que no hubiera hecho falta que el guardia civil los avisase. Casi de inmediato percibieron el intenso temblor de tierra. Charles fue el primero en reaccionar y les ordenó apartar la vista de inmediato. El resplandor fulgía con una intensidad asombrosa. Un segundo sol.

Veinte segundos más tarde la luz fue perdiendo intensidad. Entonces se decidieron a mirar. Se quedaron sin aliento. Sobre el cielo se elevaba un gigantesco hongo de ochenta kilómetros de altura. Nadie se atrevió a decir nada, sólo contemplaban el espectáculo, incapaces de moverse.

Finalmente Charles tomó el control.

‑Señores hay que ponerse en marcha, ¡ya! ‑ordenó sin miramientos.

‑Pero qué coño ha sido eso y donde –tartamudeó Jorge incrédulo.

‑Una explosión nuclear, probablemente en Madrid, o en la base de Torrejón–aseveró Charles.

‑Veamos, usted ha dicho que en la parte de atrás hay vehículos –afirmó retóricamente mirando a Andrés.

‑Sí, además de equipo y armas –musitó al borde de la inconsciencia.

‑Está bien, si os parece vamos a por un par de vehículos y salimos de aquí de inmediato. Los demás asintieron y salieron dejando al agente dentro con Toni.

Echaron un vistazo a las armas que portaban los atacantes. Estaban prácticamente sin munición, por lo que optaron por no llevárselas.

Cuando abrieron la puerta del garaje se encontraron con dos todoterrenos de la guardia civil. En el armero no había ningún fusil, alguien se les había adelantado, seguramente los agentes que no daban señales de vida. Sin embargo había tres escopetas Franchi SPS 350 y cuatro pistolas Heckler & Kock USP de 9 mm. Decidieron llevárselas junto con toda la munición que había, así como los seis chalecos antibalas que encontraron y dos potentes linternas.

‑Bueno, Jorge y yo conduciremos los todoterrenos. Llevaremos a Andrés a un centro de salud y, de paso, recogeremos a una amiga.

‑¿Cuáles son los vientos dominantes en esta zona? –preguntó Charles.

‑Qué coño importa eso ahora –objetó Jorge.

‑Importa y mucho, si sopla viento del este traerá radiación y las próximas lluvias serán radiactivas.

‑Joder, no había pensado en eso –contestó azorado‑. Normalmente sopla nordeste, aunque hoy creo que tenemos viento del norte.

‑Eso nos da un margen de tiempo, de todas formas es de suponer que si han atacado a España también lo habrán hecho en otros países europeos, con lo cual el viento podría no ser un aliado ahora mismo. Necesitamos un sitio seguro, a ser posible un sótano, un túnel… algo lo suficientemente aislado y prepararnos para pasar en él unos días.

‑Mi casa –dijo Carlos‑, tengo una bodega en el sótano, podríamos acondicionarla en apenas dos horas.

‑Bien, puede valer. En ese caso mejor será dividirnos. Jorge y yo llevaremos al agente y…

‑No, de ninguna manera –interrumpió Carlos‑. Iremos tú y yo, los demás conocen el camino.

‑De acuerdo, ‑manifestó encogiéndose de hombros‑ pongámonos en marcha entonces.

Así pues, Jorge y Toni partieron en uno de los todoterrenos hacia la casa de Carlos. Llamaron a Jaime y María y los pusieron al corriente de los acontecimientos a fin de que empezaran a vaciar la bodega.

Cuando estaban llevando a Andrés al coche éste dejó de respirar. Lo dejaron en el suelo y cuando Carlos iba a intentar reanimarlo, Charles lo detuvo.

‑Es inútil, ha perdido demasiada sangre, seguramente tendrá un riñón destrozado. Aunque lo pudiésemos reanimar no llegaría al hospital.

Carlos asintió, cargó con él y lo dejó dentro del cuartel.


Al final decidieron ir en el bmw de Charles, era más rápido que el todoterreno. Intentó ponerse en contacto con Sonia, pero no consiguió contactar con ella. Su rostro denotaba una profunda preocupación.

‑Esa chica, ¿es tu novia?

‑Qué más quisiera, pero sólo es amiga –manifestó triste‑, por cierto ¿cómo es que no te has contagiado?

Charles le preguntó lo mismo y se intercambiaron sus experiencias, contándose también sus encuentros con algunos infectados.

‑¿Me vas a contar por qué estás aquí realmente? Que yo sepa nadie hace turismo con armas –afirmó Carlos con sorna.

‑Si te parece os pondré al corriente a todos juntos, aunque será difícil que me creáis –aseveró tras pensarlo unos instantes.

Llegaron al centro de salud y no vieron a nadie en las inmediaciones. Había decenas de automóviles estacionados de cualquier manera, totalmente abandonados. Volvió a llamarla sin éxito, así que decidieron entrar a buscarla.

‑Espera, será mejor que entremos preparados para lo peor –comentó Charles‑ ofreciéndole una de sus pistolas.

‑No es necesario, llevo las mías –sonrió mostrándoselas.

‑¡Jesús, menudo cañón! –declaró señalando la S&W‑, espero que sepas usarla.

‑No te preocupes, no soy tan bueno como tú, vi perfectamente cómo liquidabas a aquel tío a bastante distancia, fue impresionante, pero de cerca no fallaré.


Oyeron ruido de cristales. Miraron hacia la primera planta y las vieron. Eran Sonia y Nuria.

‑¿Qué sucede? –inquirió asustado Carlos.

‑No podemos salir –gritó Sonia bastante inquieta‑ algunos de los enfermos tienen una especie de… de rabia o algo así. Estamos encerradas en esta habitación.

‑¿Cuántos hay? –preguntó a su vez Charles.

‑Creo que seis o siete no estamos seguras.

‑Vamos, entremos ya –apremió Carlos.

‑Espera, no te impacientes. Cuando tuve mi encuentro con el infectado tuve que efectuar cinco disparos, hasta que no le atiné en el corazón no lo liquidé. No va a ser nada fácil acabar con esos. En el mejor de los casos sólo son seis pero a lo mejor hay más y sería un suicidio entrar ahí.

‑¿Qué propones?

‑Sólo hay unos cuatro metros desde la ventana al suelo, si ponemos el coche debajo, unos tres. Si consiguen unas sábanas o algo para descolgarse será más fácil.

‑¿Hay alguna medicina o útiles sanitarios en esa habitación? –preguntó con acierto Charles‑, cualquier cosa puede ser útil.

‑Sí, pero ningún antibiótico –anticipó Sonia intuyendo que se refería a eso‑, reuniremos lo que sea útil y os lo lanzaremos.

‑Tenéis sábanas o algo para hacer una especie de cuerda –exclamó Carlos.

Nuria negó con la cabeza. –Sólo la funda de la camilla y un par de batas, podemos probar con eso.

‑Pues intentadlo y asegurad bien los nudos –contestó Charles.

Entraron en el coche y lo situaron justo debajo de la ventana, luego se subieron al techo y esperaron. Nuria se asomó a la ventana y les lanzó una caja de cartón con lo que pudieron reunir. Luego aparecieron las dos batas anudadas, apenas descolgaban un metro, pero eso bastaría.

‑Bien, con cuidado, descolgaos lentamente y prácticamente tocaréis el techo del coche –anunció Charles.

Las batas aguantaron a la perfección y las chicas llegaron sin problemas al automóvil.

Carlos no pudo contenerse y abrazó con fuerza a Sonia besándola sin miramientos. Ella no hizo nada por evitarlo. La tensión acumulada pasaba factura y los sentimientos estaban a flor de piel. Luego de abrazar también a Nuria, aunque de una forma menos apasionada, hizo las presentaciones, entraron en el coche y emprendieron el camino a su casa.

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