lunes, 27 de octubre de 2008

Capítulo 34

Capítulo 34

Priest conducía a toda velocidad en dirección a la autopista. A ambos lados de la avenida había bastantes coches estacionados en doble y hasta triple fila. Muchos de ellos con las puertas abiertas. Ni rastro de gente.

Antes de enfilar la entrada a la autopista comenzó a llover con bastante intensidad. –La radiación –pensó‑, ¿me afectará? Nunca se había enfrentado a este elemento. –Bueno –se dijo– pronto lo sabré. Sin embargo estaba seguro que sería totalmente inmune a ella.

Al llegar al primer peaje se encontró con bastantes automóviles parados delante de las cabinas de cobro. Todos abandonados. Aunque en alguno de ellos sí veía personas dentro, todas supuestamente muertas o a punto de estarlo. Aceleró y rompió una de las débiles barreras de madera y continuó su camino.

Cuando llegó a la altura de Pontevedra se encontró con un caos. Un tumulto de vehículos ardiendo le impedía continuar. Decidió, non sin un profundo malestar, continuar a pie e ir hacia la ciudad.

Al aproximarse a la ciudad percibió dos cosas, un hedor insoportable, que procedía seguramente del montón de cuerpos apelotonados en el estadio y un silencio ténebre, sepulcral. Cuando llegó a una gasolinera vio a dos mujeres que se dirigieron inmediatamente hacia él, una de ellas con el uniforme de la policía nacional. –Ya estamos –pensó–, los estragos de la infección le iban a incordiar sobremanera antes del llegar a su destino. Sin embargo su instinto le decía que algo no estaba bien, las mujeres lo miraban a los ojos sin temor y no podía controlarlas.

–¿Pero qué...? No pudo concluir. Nada más aproximarse las dos mujeres se abalanzaron sobre él. Estaba estupefacto, no podía controlarlas y eso no había sucedido nunca.

Sus ojos estaban no estaban inyectados en sangre como los sujetos del hotel, estaban cubiertos de una película blanquecina, quizá por eso no podía ejercer su poder sobre ellas. No hubo tiempo a pensar más sobre ello. La policía logró sujetarle un brazo y, ante su asombro, le mordió, arrancándole de cuajo un buen pedazo de carne.

Reaccionó propinándole una patada y lanzándola unos metros hacia atrás y sujetó a la otra por la cabeza, partiéndole el cuello sin miramientos. La primera mujer se levantó y se dirigió hacia él de nuevo sin temor. De un salto se puso delante de ella y la sujetó por el cuello, se disponía a rompérselo cuando por el rabillo del ojo vio que la otra se erguía. –Imposible –dijo en voz alta–, qué está pasando aquí.

Hastiado del enfrentamiento, empujo a la policía, se agachó y sacó el contenido de su bolsa de deporte. Una preciosa espada templaria con una hoja de ochenta y cinco centímetros de doble filo y extremadamente cortante. La empuñó y con un giro perfecto decapitó a una de ellas y a la otra le atravesó el corazón.

Se disponía a guardar de nuevo su espada cuando la última mujer se incorporó nuevamente dirigiéndose hacia él. Entonces decidió experimentar. Con una precisión de cirujano le amputó ambos brazos. Nada. Tras un traspiés siguió avanzando. Dio dos pasos hacia ella y agachándose levemente le seccionó una pierna, derribándola en el acto. Increíblemente seguía intentando incorporarse a pesar de haber perdido prácticamente toda la sangre. Entonces optó por atravesarle la cabeza. Ahora sí acabó con ella.

Limpió la espada en las ropas de su víctima y aún atónito por lo sucedido la introdujo nuevamente en su bolsa.

Empezó a pensar si los efectos de la radiactividad habrían logrado una mutación en el virus. ¿Sería eso? De todas formas tampoco le debería de afectar a él, puesto que su brazo estaba prácticamente regenerado.

Aún así decidió que sería más seguro hacerse con un vehículo. Echó un vistazo alrededor y sonrió al ver un Xara de la policía nacional. Registró el cuerpo de la mujer y se hizo con las llaves del vehículo así como con su arma reglamentaria. No se lo pensó, se montó en él y lo encendió. Tenía poco más de medio depósito, de sobra. Enfiló la carretera N-550 en dirección norte, eufórico tras su enfrentamiento y seguro de su destino.



lunes, 20 de octubre de 2008

Capítulo 33

Capítulo 33


–Vamos a ver, nos estás contando que pulula por ahí un… no sé, un inmortal, un puto vampiro. ¿Qué coño es entonces? –inquirió Toni.

–Nada de eso, que yo sepa los vampiros no existen –bromeó Charles, intentando relajar la tensión reinante–, por lo menos no es este el caso, aunque puede haber similitudes con lo que conocéis del tema.

–Explícate –rogó Nuria.

–Podríamos llamarle un no-muerto, si queréis. Como os dije puede haber ciertas coincidencias con la literatura fantástica sobre los vampiros. Este ser, al igual que ellos, posee una capacidad física descomunal, tiene la fuerza de diez hombres, es capaz de correr casi al doble de velocidad que una persona normal, puede ejercer control mental sobre la mayoría de los individuos sólo con mirarles a los ojos, cuanto más débiles mejor. Así que, si os encontráis frente a él ni se os ocurra sostenerle la mirada. La luz del sol no lo daña en absoluto, pero sí lo debilita. Su cuerpo se regenera con mucha rapidez de cualquier herida sufrida. Yo mismo presencié como dos docenas de balas impactaban en su espalda y no lo detenían en absoluto.

–Y entonces, si tan poderoso es, ¿cómo coño se puede acabar con él, cómo piensas hacerlo? –preguntó Toni.

–Puede morir, eso es un hecho, pero sólo separándole la cabeza de los hombros o quemándolo, no hay otra manera. Las heridas en el torso o en la zona del corazón (si es que lo tiene) lo debilitan, especialmente si son de arma blanca. Y si pasa mucho tiempo sin alimentarse, debido a su metabolismo, también se vuelve más vulnerable.

–Y las balas de plata y… ‑comenzó Jorge.

–Ni balas de plata, ni crucifijos, ni nada. Sólo en la luz del sol tenemos un aliado, pero ojo, no lo incapacita en absoluto. Es durante el día cuando es conveniente enfrentarse a él, durante la noche es casi un suicidio.

–¿Por qué lo persigues, más allá de la venganza personal? –recordó Toni
–No es por venganza, eso fue lo que movió a mis antepasados al principio. Lo perseguimos porque es un asesino despiadado que va dejando un reguero de cadáveres a su paso. Priest es un sanguinario, bastante más que su antecesor, no mata sólo para alimentarse, lo hace por mero placer.

–¿Cómo que para alimentarse, de qué se alimenta? –preguntó Nuria mientras un escalofrío recorría su espalda.

–De sangre humana –contestó después una pausa‑. Secciona la arteria del brazo de sus víctimas, aún vivas, y las seca literalmente.

Todo el mundo se quedó mudo, nadie sabía qué decir. Las muecas de asco se sucedían. Finalmente Carlos rompió el silencio.

–Ahora comprendo para qué necesitabas mi catana pero, ¿sabes usarla?

–No es mi especialidad, preferiría una buena espada de acero toledano, pero sí, sabría usarla en caso de necesidad. Mi familia ha mantenido viva la tradición por la esgrima, más por necesidad, como podéis entender.

–Lástima que no tengamos oportunidad de probarnos –bromeó Carlos.

–Tendría ventaja sobre ti, aunque la catana es bastante más cortante, tus manos estarían expuestas al no llevar guarnición y serían mi primer objetivo –contestó risueño.

–Vale está muy bien que os hagáis los duros, pero la pregunta es sencilla y creo que todos nos la hacemos: ¿Y ahora qué, cual es el plan, tendremos que ayudarte, qué pasa con la radiación, cómo vamos a sobrevivir? –inquirió María con desesperación en su voz.

–Os pido vuestra ayuda, yo sólo no puedo acabar con él, luego podremos ocuparnos de todo lo demás –rogó mirándola a los ojos.

–El plan es bastante sencillo…

–¡Joder!, la última vez que oí eso acabé con dos tiros en el pecho –exclamó Toni.

–Como iba diciendo, en principio, es bastante fácil. Yo seré el cebo, él vendrá a mí y luego, lo liquidamos.

–¿Cómo sabes que vendrá a ti? –interrogó María.

–Bueno parece que existe una especie de conexión mental entre nosotros, no me preguntéis cómo –añadió haciendo un gesto con su mano adelantándose a las preguntas–, el caso es que está ahí y puedo “sentirlo” cuando está cerca.

–Lo lógico es que a él le pase lo mismo –replicó Toni.

–Sí, pero no contará con vosotros. ¿Me ayudaréis?

–Es lo menos que podemos hacer por ti después de salvarnos la vida, ¿no creéis? –añadió Toni mirando a los demás.

Todos asintieron.­
–Bueno y ahora creo que deberíamos intentar dormir, yo por mi parte estoy molido y necesito mis ocho horas de sueño –agregó Toni quitándole hierro al asunto.

lunes, 13 de octubre de 2008

Capítulo 32

SEGUNDA PARTE: EL REINADO DE LOS INFIERNOS

Capítulo 32


–Todo se remonta a hace miles de años –comenzó con un rictus tenso­–, quizá a la civilización mesopotámica, aunque no existen datos fiables hasta bien entrado el siglo XVI. Según las leyendas, Naram-sin, que fue nieto de Sargón I, rey de los acadios, después de lograr unificar Mesopotamia se autoproclamó una deidad. Esto enfureció al verdadero dios Inanna que alzó a los Gutis (un pueblo de las montañas) contra él, destruyendo a los acadios y envolviendo a la región de nuevo en un caos. Al mismo tiempo vertió sobre él una maldición condenándolo a vivir eternamente, así como a sus descendientes, que serían varones. Los datos históricos revelan que Naram-sin falleció en el 2218 a.C., sin embargo escritos de diferentes pueblos a lo largo de los siglos venideros hablan de un extraño ser, un semidiós, que no puede morir. Existen testimonios que narran incluso que llegó a unirse a diversos faraones. Puede que sean sólo cuentos de viejos. Sin embargo, se encontró un documento escrito que aseguraba que un tal Anoshag (inmortal en persa antiguo), fue uno de los lugartenientes del mismísimo Jerjes.

–Espera, espera –interrumpió Nuria–, ¿Jerjes? Eso fue allá por el siglo V a.C si no recuerdo mal. ¿Estás diciendo que había una persona que llevaba viva mil quinientos años? Es imposible, no me lo creo –concluyó riéndose.

–Por favor, previamente os dije que fueseis receptivos, dejadme concluir –rogó.

–Anoshag era famoso por su destreza en el combate, caía herido y se recuperaba con pasmosa facilidad, era a todas luces invencible, aunque es posible que el rey conociera su secreto y simplemente lo usase para lograr sus objetivos más fácilmente. Jerjes, cansado de lanzar a sus hordas contra los espartanos sin lograr avances, retó en combate singular a Leónidas. Éste rechazó la oferta y solicitó un voluntario entre sus hombres. Fue su capitán quién combatió contra Anoshag, decapitándolo. No sé porque los griegos obviaron esta parte de la historia, quizás no dieron mayor importancia al hecho en sí. Lo que pasó luego con Jerjes y Leónidas es de sobra conocido. Todo parecía que iba a acabar ahí, sin embargo Anoshag había engendrado un hijo –hizo una pausa para tomar un trago de agua–.

–Luego se le pierde la pista aunque hay algún relato de la época romana, incluso de los árabes en España que hablan de un guerrero invencible que no envejece. Nada fiable. Probablemente durante la Edad Media lograsen hacernos el favor y lo quemasen en la hoguera, aunque son sólo elucubraciones. Lo que sí empezamos a tener documentado es a partir de 1580. Creemos que es el nieto de Anoshag y lo creemos porque literalmente murió y resucitó.

–¿Pero qué coño…? –interrumpió Toni.

–Sigo –continuó Charles mirándolo molesto por la interrupción–. Un antepasado mío, Scott Duncan, se enzarzó en una pelea contra alguien llamado Leonard y lo mató. Luego, como era costumbre, procedió a darle sepultura. Dos días más tarde Leonard entró en su casa mientras almorzaba con su familia y los asesinó a todos menos a su hijo, que logró escapar. A partir de ese momento mis ancestros se han dedicado a perseguirlo hasta dar con él. Lo encontraron en Rusia y le dieron caza hasta acorralarlo en una recóndita región de Siberia en 1908, donde fallecieron todos por la explosión de lo que parece ser que fue un meteorito.

–En Tungunska, si no me equivoco –aclaró Carlos.

–Efectivamente, así es –asintió Charles–. Sin embargo nuevamente nos equivocamos, había dejado descendencia. Alguien llamado Priest, que ha llegado hasta nuestros días. Según mis últimas informaciones está en Vigo.

–Hasta aquí la narración, ahora os diré a qué nos enfrentamos –concluyó mirando los rostros incrédulos y pálidos de los presentes.