lunes, 21 de julio de 2008

Capítulo 28

Capítulo 28


Eran ya la diez y cuarto de la mañana cuando Carlos y Jorge salieron de la casa a toda velocidad en dirección a Arteixo. Decidieron arriesgarse a ir por carretera, ya no había toque de queda a esas horas y si lo había pues al diablo con él, pasarían como fuese. Sus ojos sólo dejaban entrever ira y determinación.

Carlos conducía a velocidades extremas, exprimiendo la potencia del coche y exigiéndole lo que no había hecho nunca, mientras Jorge se dedicaba a rellenar todos los cargadores y comprobar que las armas funcionaban.

No se toparon con tráfico y tampoco con controles. Sí les llamó algo la atención que había bastantes coches abandonados sin más en los núcleos urbanos. Al llegar a la autovía exprimió el motor V8 de su automóvil a todo lo que daba. Doscientos cincuenta kilómetros por hora no se alcanzaban todos los días. Estaban eufóricos; se miraron y sonrieron. Ya no pensaban, estaban drogados, narcotizados por la más potente de las drogas, la propia adrenalina que generaba sus cerebros y que corría a chorro por sus venas.

Al llegar, tomaron la rotonda de entrada al pueblo, a ciento veinte por hora, por la izquierda, obviando las normas de tráfico. Los neumáticos emitieron el característico sonido de protesta, pero los diferentes sistemas electrónicos del vehículo realizaron su función a la perfección. Enfilaron la pequeña subida y cuando tomaron la última curva a derecha fueron recibidos por una lluvia de proyectiles. Dos individuos estaban en medio de la carretera disparándoles con pistolas.

‑Serán gilipollas –exclamó Carlos‑. Agáchate, se van a enterar.

Enfiló directamente hacia ellos, alguna bala daba en la carrocería, pero a más de treinta metros, al contrario que ocurría en las películas, las armas cortas eran prácticamente inútiles incluso en manos de un tirador experto, sobre todo con blancos móviles. Justo antes de llegar a su altura, pisó el embrague a la vez que tiraba del freno de mano y daba un enérgico volantazo. La reacción del coche fue la esperada, efectuó un perfecto trompo y los golpeó con la parte trasera, lanzándolos a cinco metros y matándolos en el acto. Logró frenar, pero esta vez otras descargas llegaron y sí fueron efectivas. Destrozaron las ventanillas y las ruedas de su lado. Lograron salir por el lado de Jorge y se cubrieron con el vehículo.

‑¡Coño nos están disparando con fusiles! –gritó Jorge.

‑Ya lo veo, ¿de dónde los habrán sacado?

‑Algún control del ejército, supongo. Se los habrán cargado. ¿Puedes ver cuántos son? –preguntó Jorge

‑Cinco o seis mínimo, los cabrones han montado una buena barricada con esos coches –contestó jadeando.

‑Pues tenemos un puto problema –manifestó Carlos.

Toni se acercó con suma cautela a una ventana y se alegró bastante de saber que ellos eran los que habían provocado los disparos. Empuñó el fusil, se guardó la pistola y decidió salir a ayudarles.


Charles, como mucha gente, confusa por la doble señalización, pasó de largo la salida de la autovía que conectaba con la autopista que le llevaría hacia Vigo. Por otro lado no fue la casualidad, sino el GPS, con mapas anticuados, el que lo llevó en dirección errónea hacia el final de la autovía, en Arteixo.

Cuando llegó a la rotonda se detuvo en el margen derecho de la carretera y salió del vehículo a estirar las piernas. Fue entonces cuando oyó disparos. Decidió acercarse a echar una ojeada. Montó de nuevo en su vehículo, bajó las ventanillas y se fue acercando al origen del ruido. Antes de llegar al final de la subida decidió parar de nuevo y continuar a pie, con sigilo. Se acercó por el lado de los edificios y contempló la escena. Dos hombres parapetados detrás de un todoterreno recibían disparos de otro grupo situado frente al cuartel de la guardia civil.

No tenía nada claro quién se defendía y quién atacaba así que decidió mantenerse al margen y observar. Apenas se había agachado cuando un hombre salió del cuartel disparando con un fusil. A los pocos segundos los otros dos individuos abandonaron su parapeto detrás del todoterreno y comenzaron a cruzar la carretera corriendo agachados y empuñando sendas pistolas pero sin abrir fuego.

Los asaltantes cometieron un error infantil y se giraron todos hacia Toni, abriendo fuego. Éste alcanzó a dos de ellos con una ráfaga, casi en el mismo instante en que caía abatido. Jorge y Carlos corrían hacia la barricada de coches, cada uno por un lado. Parecía que iban a lograr sorprenderlos. No fue así. Los tres hombres que quedaban en pie los descubrieron y comenzaron a dispararles. Se tiraron al suelo. Estaban al descubierto y no iban a durar mucho.

Charles tomó una decisión y salió al descubierto. Estaba a unos cincuenta metros del grupo asaltante. Todavía no lo habían visto. Iba hacia ellos en posición de tiro, sujetando su arma por delante con ambas manos, corriendo despacio en zigzag. Veinte metros. Entonces lo vieron. Un hombre comenzó a dispararle con su fusil, pero con poca puntería. Charles avanzó otros cinco metros, se detuvo, y con enorme sangre fría se agachó y disparó cinco veces. Dos balas alcanzaron su objetivo en el centro del pecho del hombre, matándolo en el acto. Jorge y Carlos, aprovecharon la indecisión de los asaltantes para levantarse y abrir fuego contra ellos. Vaciaron sus cargadores y segaron las dos vidas que les amenazaban.

Se dirigieron a toda velocidad hacia donde habían visto caer a Toni, sin tomar ningún tipo de precaución con respecto a Charles. Su amigo yacía en el suelo; no se veía sangre, pero sí dos impactos claros en su pecho. Se había puesto un chaleco antibalas y eso le había salvado la vida.

Lo ayudaron a levantarse, entre risas y alguna lágrima producto de la enorme tensión que habían soportado.

‑¿Cómo estás tío? –preguntó Jorge

‑Vivo, que ya es bastante –rió Toni‑, aunque creo que tengo una costilla rota.

A Carlos no le salían las palabras, sólo se abrazó un instante a él, con demasiado ímpetu a juzgar por los improperios que salieron de la boca de su amigo.

‑Bueno, creo que le debemos bastante a nuestro misterioso amigo –afirmó Jorge mirando hacia Charles‑, que se aproximaba apuntándoles con su arma.


Tras confirmar su versión con el guardia civil herido, todos se relajaron y efectuaron las respectivas presentaciones.

Charles se presentó como lo que era, un agente de inteligencia británico. Mintió, sin embargo, en lo referente a su estancia en España. Según él, estaba de vacaciones.

‑Bueno, creo que deberíamos llevar a este hombre a un hospital –sugirió Charles.

‑Estoy de acuerdo –comentó Carlos mirando a sus amigos.

‑Tenemos vehículos en la parte de atrás –susurró el guardia civil‑, podemos…

No finalizó la frase. Señaló la ventana y todos se giraron automáticamente. Lo que vieron los dejó perplejos, incrédulos ante el horror que estaban observando.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya era hora, te has hecho de rogar con este capítulo jeje. Es broma, entiendo que no es fácil estar ahí al pie del cañón (Y gratis) todas las semanas. Ánimo y sigue así que me está encantando de veras. Un saludo desde Madrid