jueves, 3 de julio de 2008

Capítulo 26

Capítulo 26



Lunes, 31 de marzo de 2008


La oscuridad se cernía sobre él. Una mano pálida, alargada y huesuda pugnaba por agarrarlo por el cuello, no alcanzaba a ver nada más. Apenas podía moverse, estaba tumbado, iba a morir, no había escape…

Se incorporó de golpe, asustado, con el corazón galopando en un vano intento de salir de su pecho. Estaba sudado. No, no era sudor, era agua. Había soñado. Se dio cuenta de que estaba en la bañera, entre los restos de las bolsas de hielo. Sintió frío y recordó vagamente como había llegado allí.

Se duchó rápidamente, dejando que el agua helada bajara por su cuerpo espabilándolo, luego se secó con presteza, enrolló una toalla en su cintura y fue hacia la habitación.

El hedor era insoportable, Hagen estaba tumbado en la cama con los ojos abiertos, muerto. Un enorme charco rojo intenso en el suelo presidía la dantesca escena. De los orificios de su rostro salía un rastro inconfundible de sangre, ya seca.

‑Joder, había fallecido desangrado ‑pensó. Se acerco a cerrar sus ojos y apreció que sin embargo no existía rigidez en el cuerpo, le pareció raro, pero supuso que serían los efectos del virus.

Miró la hora. Las ocho de la mañana del lunes. Parece ser que había superado la infección, ¿suerte, destino?

No valía de nada darle vueltas, estaba vivo y punto, más adelante pensaría en ello. Tras cavilar unos minutos, decidió vestirse, hacer su equipaje y seguir su camino, nada podía hacer por su ayudante ya excepto rezar una oración.

Colocó su arma en la funda y la acopló junto con los dos cargadores de reserva en el cinturón. Se acordó de la de Hagen y se la guardó en el bolsillo interior de su cazadora, junto con los peines extras.

Un alarido lo sobresaltó mientras hacía la maleta. Se le heló la sangre y se puso en tensión. ‑¿Qué coño ha sido eso?

El sonido de unas uñas arañando la puerta de la habitación le hizo sacar su arma en un acto reflejo.

‑¿Quién es, qué quiere? –preguntó por pura rutina.

Como contestación empezaron a aporrear la puerta con furor, a la vez que se oían unos gruñidos. No sabía qué hacer, por primera vez en su vida estaba paralizado, sobrepasado por los acontecimientos. Decidió echar una ojeada por la ventana. Nada, sólo vehículos estacionados. Ni rastro de gente. Abrió la ventana intentando oír algo. Silencio. Un terrible silencio, irreal, que helaba la sangre.

Se serenó y esperó a que bajaran sus pulsaciones. Sea lo que sea, se dijo, tendré que averiguarlo, no voy a quedarme aquí para siempre. Quitó el seguro de su pistola, la montó y empuñándola en su mano derecha se acercó a la puerta. Soltó el cierre de seguridad y aferró la manilla de la puerta con la mano izquierda, tiró apenas unos milímetros y se echó hacia atrás de un salto a la vez que se ponía en posición de tiro con las dos manos juntas.

Fue inminente. Un hombre irrumpió en la habitación con los brazos adelantados y las manos agarrotadas formando unas garras. Tenía los ojos inyectados en sangre y de su boca abierta salía una espuma blanca. Intentó alcanzarle y soltó un terrible chillido.

No dudó y mientras retrocedía disparó alcanzándole en el centro de pecho, sin embargo eso no lo detuvo, abrió fuego otras dos veces. Seguía hacia él. Apuntó hacia abajo y le voló una rodilla. Ahora sí cayó al suelo, pero intentaba alcanzarlo arrastrándose. Impresionado, en el momento que se irguió y tuvo su pecho a tiro, disparó dos veces, alcanzándolo en el corazón. Se desplomó sin vida.

Pasó por encima de él y cerró la puerta. Se acercó y lo puso boca arriba. Lo examinó, apestaba. ¿Qué le habría pasado a esta persona, acaso había más variantes a la infección que vivir o morir? ¿Podría producir esta especie de locura o rabia? –pensó al recordar como de su boca salía espuma durante el ataque‑. Por lo demás no vio nada anormal en el cadáver, claro que no era médico.

‑Tres balas en el pecho y una en la rodilla y no lo detuve –dijo en voz alta‑, sólo hasta que lo alcancé en el corazón pude pararlo. Un mal presagio cruzó por su mente.

Oyó más pasos y alaridos procedentes del interior del hotel, por lo que desechó la idea de bajar a recepción. No le apetecían más encuentros como ese. Se acercó a la ventana y observó que podría bajar con facilidad por una tubería situada a la izquierda.

Abrió las puertas del coche con el mando a distancia, tiró su bolsa de deporte y empezó a descolgarse por la tubería. Al llegar al suelo se arrodilló, desenfundó su arma y giró sobre sí mismo, asegurándose que no había amenazas cercanas. Asió su equipaje y corrió hacia el BMW. Una vez dentro puso el seguro, arrancó y con manos expertas, hizo un trompo cambiando el sentido de la marcha y aceleró, saliendo del pueblo a toda velocidad.


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