lunes, 30 de junio de 2008

Capítulo 25

Capítulo 25


Lograron llegar a la casa sin ningún contratiempo. Aparcó el coche directamente en el garaje y accedieron desde el mismo a la vivienda. Por supuesto no había ni rastro de Toni.

‑Joder dónde estará –preguntó con verdadera preocupación Jorge.

‑No lo sé, a lo mejor se ha topado con algún control y ha tenido problemas con ellos –indicó Jaime.

‑Hoy ya no se puede hacer nada. Mañana, si no aparece, iremos a los cuarteles a ver si lo localizamos –aseveró Carlos.

‑Voy a preparar algo de cena, ¿qué os parece algo de pasta? –preguntó retóricamente Jaime‑, para no liarme mucho.

Todo el mundo asintió, así que desapareció en la cocina mientras los demás se acomodaban en el salón y encendían el televisor, ávidos en busca de noticias.

Nada. Sólo películas y reposiciones de series. Ninguna noticia, ningún programa en directo. Sólo contenido vacío. Carlos fue a por su portátil y lo conectó al televisor para que todos pudiesen leer lo mismo que él.

Todos las diarios online y páginas de noticias españolas permanecían sin actualizar desde el sábado. Ninguna novedad, parecía increíble con lo que estaba pasando.

Pasó a las páginas norteamericanas y allí sí había novedades. La epidemia estaba avanzando sin control. En Estados Unidos los saqueos eran ya una constante. Los hipermercados estaban vacíos y ya era prácticamente imposible conseguir alimentos. La guardia nacional se veía impotente para controlar los disturbios, en parte porque en sus propias filas la enfermedad hacía estragos.

Las capitales europeas y sudamericanas tampoco salían bien paradas. En ellas la situación era la misma.

Ningún gobierno más había dado la cara desde sus últimos comunicados del sábado. Seguramente por no saber qué más decir.

‑Dios mío, esto va a ser el final –dijo una desesperada María‑, no podremos superarlo.

‑Tranquila María –contestó Carlos seguro de sí mismo a la vez que apagaba su ordenador‑, saldremos de ésta, te lo garantizo.

‑¿Has hablado con Sonia? No creo que lo esté pasando bien –precisó ella.

‑La llamé antes de ir a tu casa, pero tienes razón, intentaré contactar con ella después de cenar.


La cena fue sencilla, unos espagueti carbonara y una ensalada de lechuga. Ni siquiera descorcharon una botella de vino, no había ánimos. Prácticamente no hablaron, todos estaban ensimismados, repasando mentalmente los acontecimientos del día.

Carlos preparó café y mientras estaban tomándolo decidió hablar con Sonia de nuevo. Tras estar intentándolo durante diez minutos, finalmente tuvo respuesta.

‑Hola –susurró una voz.

‑¿Cómo estáis por ahí, alguna novedad? –preguntó Carlos.

‑La verdad es que sí. Hemos tenido unos cuantos casos de rabia entre los pocos supervivientes. Bueno creemos que es rabia, pero no lo sabemos a ciencia cierta. Por lo demás esto empieza a parecer un enorme tanatorio. Está cayendo cada vez más personal sanitario y pronto estaremos de más aquí –finalizó exhausta.

‑¿Quieres que vaya a buscarte?

‑No, aún quiero seguir aquí, no quiero abandonar a toda esta gente sin más. Te llamaré si quiero irme, ¿vale?

‑No discutiré, pero deberías salir de ahí ya.

No quiso comentarle nada de lo sucedido hoy, para qué preocuparla más, bastante agobiada estaría.

‑Venga, mañana por la mañana te llamo, te lo prometo –y cortó la comunicación.

María se acercó a darle un beso a Carlos, ‑nos vamos a dormir, estamos cansados –informó‑, no te preocupes por ella, parecía algo agotada pero aguantará, ya la conoces.

Jorge y Carlos se quedaron un par de horas más en la cocina charlando de trivialidades, hasta que finalmente se fueron también a descansar.


Las operaciones de descarga en la base de Eielson habían finalizado. Después de efectuar las oportunas revisiones a los B-52, éstos comenzaron a ser cargados de nuevo con las bombas B53.

A las 5:00 de la madrugada hora española, recibieron el plan de ataque. A las 7:00 la orden de iniciarlo, a la vez que todas las bases y unidades navales desplegadas recibían la histórica orden de pasar a DEFCON 1.

A las 7:10, los primeros B-52 armados con su carga mortal se elevaban en los cielos de Alaska, rumbo a Corea del Norte.

No lo sabían y no podrían haberlo sabido, pero acababan de abrir las puertas del infierno.

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