martes, 17 de junio de 2008

Capítulo 22

Capítulo 22

Priest estaba alojado en un céntrico hotel de Vigo, situado en la avenida García Barbón. El día que llegó había tomado un taxi y le había ordenado que lo trajese aquí. Esta vez había abonado la carrera. El taxista nunca supo lo cerca que le había rondado la muerte, aunque apenas había ganado un par de días extra.

Se había registrado usando uno de sus pasaportes falsos. Esta vez era un escocés retirado que viajaba por placer, en busca de nuevos campos de golf.

Había dado instrucciones precisas para que no lo molestasen bajo ningún concepto, ni siquiera para que arreglasen su habitación. Decidió esperar al ocaso para emprender viaje en dirección norte.

Se sentía profundamente atraído hacia Duncan, notaba su presencia. Sabía que él vendría a su encuentro, pero prefería tomarlo por sorpresa, sin que lo esperase. Tenían una especie de conexión mental inexplicable. Este sexto sentido apenas estaba desarrollado en Charles, únicamente notaba su presencia a unas decenas de metros. Al contrario que él. Podía sentirlo, incluso visualizar dónde se encontraba a cientos de kilómetros de distancia.

Definitivamente él representaba la evolución. Era un ser a todas luces superior, mejorado en casi todos los aspectos, y ahora, gracias a la estupidez humana, había llegado su hora. Su momento. Su reinado. El mundo en sus manos. El mero hecho de fantasear con su futuro le abrió el apetito y le produjo una gran excitación sexual. No se había alimentado desde que salió de Londres.

Abrió la puerta de su habitación y se dirigió a la de al lado. Llamó suavemente a la puerta. Un adolescente abrió la puerta con cara de pocos amigos. –Pobre –pensó‑, seguramente acababa de interrumpir a una pareja en su ritual de apareamiento. Excelente.

‑Buenas tardes, me llamo Priest –la voz sonaba sensual, cálida, atrayente, arrebatadora.

La expresión del adolescente mutó del odio a la más absoluta candidez.

‑¿Me permites pasar? –susurró mientras el chico le franqueaba la entrada con absoluta fascinación.

‑Fácil, muy fácil –pensó.



Antes de salir en dirección a Arteixo, informaron a Carlos de la situación. Llegaron a la conclusión de que era mejor que fueran ellos dos solos, ya que, con los controles podría complicarse todo aún más.

Toni le puso al corriente de todo y después de desearles suerte y cortar la comunicación, se derrumbó en su sofá, destrozado, incapaz siquiera de soltar una lágrima.

Tomaron la carretera antigua, con la esperanza de que los controles estuvieran sólo en la autovía. Se equivocaron. Lo vieron de lejos y decidieron dar la vuelta y buscar otra opción.

‑¿Crees que podríamos llegar al alto de la Zapateira? –preguntó Jorge.

‑Podríamos intentarlo campo a través, porque por la avenida tenemos un control de salida. ¿Conoces otro camino?

‑Sí, si logramos llegar allí, podríamos ir por una carretera secundaria e incluso por una pista forestal que conozco. No creo que la tengan controlada.

‑Pues no hay más que hablar, allá vamos.

Lograron llegar al alto sin problemas, aunque bastante doloridos. De allí a la casa de los padres de María fue más sencillo. Tal y como predijo Jorge, los militares no conocían la zona y la carretera no estaba cortada.

La casa era sencilla, antigua. Constaba de dos plantas, el acceso a la superior era por una escalera exterior. El cierre de la finca era común, hecho con bloque, apenas llegaba a los dos metros de altura.

El portal de entrada estaba abierto. Pasaron y lo cerraron. Dejaron la moto frente a la entrada de la casa y llamaron al timbre. Nada. Sin respuesta.

De repente oyeron unos golpes en una puerta interior y una especie de jadeos.

‑¿Pero qué cojones ha sido eso y dónde están estos tíos? –se alarmó Jorge.

‑¡Aquí! –se oyó la voz de Jaime proveniente de la segunda planta.

Subieron las escaleras y se encontraron con sus amigos, se abrazaron efusivamente, como si hiciera meses que no se veían. María tenía los ojos llorosos y temblaba.

‑Pasad ya –ordenó Jaime nervioso mientras cerraba la puerta y ponía el seguro.

‑¿Dónde está Esther? –inquirió María temiéndose lo peor.

Toni negó con la cabeza. María corrió a abrazarse a Jorge, bañada en lágrimas mientras Jaime preguntaba a Toni con la mirada. Como toda respuesta, bajó los ojos, avergonzado. Comenzó a narrar lo sucedido, totalmente avergonzado.

‑Cómo has podido hacer semejante locura –le reprochó María furiosa.

‑Cállate María, lo hubiese hecho yo, pero me lo impidió –zanjó la conversación Jorge.

‑Pues aquí estamos más jodidos –declaró Jaime.
‑¿A qué te refieres? –preguntó Jorge.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Está bem o relato, é intrigante ¿nom te plantexache traducilo ao galego? Supoño que o leería máis xente. Saúdos