martes, 10 de junio de 2008

Capítulo 21

Capítulo 21

Al contrario que el pasado día, el tráfico era prácticamente inexistente. Cuando llegó a la entrada de la ciudad, a la altura del centro comercial donde habían hecho la compra el sábado, se encontró un control militar.

Apenas había un par de vehículos parados delante de él. Cuando le tocó su turno le pidieron la documentación, le preguntaron de dónde venía, cuál era el motivo de su viaje, etc. Las típicas preguntas esperadas. Después de contar que regresaba a su domicilio, ya que ayer estaba en su casa del pueblo y no le había dado tiempo a volver debido al toque de queda, le dejaron pasar, no sin antes advertirle que no podría salir de la ciudad en unos días.

Siguió su camino, maldiciéndose por no haber pensado que podría entrar, justificando que vivía en la ciudad, pero que no sería tan fácil salir. –Bueno –pensó‑ veremos si puedo salir o no.

Se concentró en la conducción y en diez minutos llegó a casa de sus amigos. Vivían en el barrio del Agra del Orzán, donde ambos habían nacido, aunque en un bonito piso que habían comprado este mismo año.

Puso el candado en su moto y llamó al timbre. Pese al inicial rechazo por parte de Jorge a que subiera, al final accedió, no sin antes dedicarle unos improperios a los que Toni no dio la más mínima importancia.

Cuando llegó se encontró a su amigo. Al menos lo parecía. Estaba totalmente demacrado, con unas profundas ojeras, desaliñado. Incluso se podría decir que había adelgazado visiblemente en un par de días. Se dieron un abrazo.

‑Tío estás hecho un verdadero asco –bromeó intentando levantarle el ánimo.

‑Cómo coño quieres que esté –respondió huraño.

Pasaron al dormitorio principal y la escena que vio hizo que se le erizara todo el vello del cuerpo. Los padres de Esther estaban en ropa interior acostados encima de la cama, sudando copiosamente. Sus rostros, en una mueca constante de dolor, estaban lívidos, cuando debían estar enrojecidos debido al calor. Sus pechos apenas se elevaban trabajosamente con cada respiración.

Jorge se acercó a ellos e inútilmente intentó que ingirieran un poco de agua. Les secó el sudor y salieron de la habitación cerrando la puerta detrás de ellos.

‑¿Por qué no les pones un poco de hielo, a ver si les baja la fiebre? –preguntó con lógica Toni.

‑Casi no me queda para Esther –sollozó‑, y ella va primero.

Esta vez no hizo ningún comentario, su amigo estaba pasando por un puto infierno. Sólo se le ocurrió apretarle cariñosamente un hombro y seguirlo al otro dormitorio. Sobraban las palabras.

Toni inspiró profundamente antes de entrar en el otro cuarto y se juró no mostrar ninguna emoción. Estaba allí para dar ánimos, no para desanimar.

Abrieron la puerta y entraron. Jorge portaba dos pequeñas bolsas con hielo. Se acercó a Esther, la besó con cariño y le susurró unas palabras que Toni no llegó a oír.

Estaba prácticamente como sus padres, en estado comatoso, sudando a mares. Colocó las bolsas bajo sus axilas, sin poder aguantar el llanto y le secó el sudor. Toni se acerco y le dio un beso. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas. Lo intentó con todas sus fuerzas pero no pudo evitarlo. Salió de la habitación y los dejó a solas, no podía seguir allí viendo como su amiga se consumía sin remedio.

Jorge salió a los cinco minutos, totalmente decaído. Se fueron al salón.

‑Tío te he preparado una ensalada, tienes que comer algo –le dijo Toni ofreciéndole una cerveza.

‑No tengo ganas, gracias.

‑Me da igual, tienes que comer –ordenó Toni enfadado.

Era raro verlo enfadado, así que consiguió que Jorge comenzara a comer algo. Finalmente dio buena cuenta de un par de cervezas y de toda la ensalada. A saber lo que llevaba sin comer, pensó Toni. Se quedaron los dos dormidos.

Unos ruidos provenientes de la habitación de los padres de Esther despertaron a Toni media hora después.

Decidió ir a echar un vistazo y dejar dormir a su amigo. El padre estaba convulsionando. Gemía de dolor. Se acercó a él y apreció que le salía sangre por la boca y nariz, se estaba ahogando con su propia sangre. Lo puso de lado, intentando en vano salvar su vida. Era tarde. En un estertor final, tensó todo su cuerpo sentándose en la cama, abrió los ojos como intuyendo su final y se desplomó sin vida, librándose de una agonía infernal. Se fijó en que su esposa ya no respiraba. Los dos habían fallecido y parece ser que entre tremendos dolores. La cama estaba totalmente empapada de sangre, que ya llegaba al suelo.

Se giró para salir de ese cuarto lleno de muerte y vio a Jorge apoyado en el marco de la puerta. Su expresión era el vivo reflejo de la desesperación. Cruzaron sus miradas, comprendiendo el terrible destino que le esperaba a Esther. Salieron para siempre de esa habitación y se dirigieron a la otra.

Su estado no había cambiado, apenas realizaba dos o tres respiraciones por minuto. Jorge, bañado en lágrimas se acercó a ella y la abrazó. Finalmente le dio un prolongado beso y se levantó dirigiéndose hacia Toni.

‑Déjame tu arma –rogó desesperado.

‑¿Pero qué cojones dices? –preguntó totalmente asombrado.

‑No pienso dejarla morir así, tienes que entenderlo –imploraba llorando como un niño‑. Por favor amigo, dame tu arma.

A Toni se le hizo un nudo en la garganta. Se le estaba cayendo el mundo encima. Maldita sea no podía permitirle hacer eso. No, su amigo no.

‑Yo lo haré –contestó él mismo sorprendido por su repentina decisión‑, no puedo dejarte que te despidas de ella de esta manera, no te lo perdonarías en toda tu vida.

‑No…

Lo sujetó por el antebrazo, interrumpiéndolo. –Tú harías lo mismo. Sal de la habitación. Ahora –ordenó impasible.

Jorge salió dócilmente y se dirigió a la cocina tapándose los oídos, totalmente desconsolado. Toni cerró la puerta y llorando como nunca lo había hecho en su vida se acercó a su amiga. –Te quiero Esther, nunca te olvidaremos. Le dio un beso, sacó su arma e hizo lo que tenía que hacer.

El estampido sonó como un trueno cercano. Jorge gritó desesperado y corrió hacia la habitación; se encontró con Toni, ya cerrando la puerta.

‑No puedes entrar. Ya no está con nosotros –balbuceó mientras se abrazaban.

‑Vámonos de aquí, no puedo quedarme un segundo más en esta casa –rogó Jorge.

‑De acuerdo, coge una cazadora, he traído la moto.

Cuando estaban bajando las escaleras la radio crepitó: ‑Chicos, ¿podéis oírme? –la voz de Jaime sonó muy débil, apenas audible.

‑Dime, soy Toni, estoy en casa de Jorge.

‑Tenemos… proble… ayud…podéis… ‑la transmisión sonaba entrecortada.

‑¿Qué pasa, casi no te entiendo? ¿Estáis bien? –preguntó casi a gritos Toni.

Nada. Sólo oyeron más estática.

‑Me cago en la hostia –maldijo Jorge‑ vamos a su casa, pueden estar en dificultades. ¿Sabes dónde están?

‑Sí, en casa de los padres de María, cerca de Arteixo. Claro, por eso no los habrá oído Carlos, están demasiado lejos. Vamos –asintió Toni, pensando ya el itinerario alternativo en caso de encontrarse controles.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por fin algo mas de accion, pense que se iba esto a volver un toston. Venga a ver si coges ritmo jajaj