viernes, 6 de junio de 2008

Capítulo 20

Capítulo 20

Domingo, 30 de marzo de 2008

Charles abrió los ojos lentamente. La luz del alba se filtraba a través de la delgada cortina blanca, dejando entrever un cielo límpido de un azul intenso. El sudor corría por todo su cuerpo y notaba que la cabeza le iba a estallar, le latían las sienes con fuerza, como un martilleo intenso y constante. Se giró y vomitó sin control, lo que además le produjo unos tremendos calambres en su estómago. El dolor le hizo caer al suelo retorciéndose. Logró incorporarse, ni se acordó de mirar el lecho de al lado, y llegar tambaleándose al cuarto de baño. Vio las bolsas de hielo en la bañera y en un instante de lucidez se introdujo en ella, desmayándose en el acto.


Carlos había pasado casi toda la noche en vela. No dejaba de pensar en Sonia. Se levantó sobre las ocho de la mañana y preparó café; Toni apareció casi de inmediato, con cara de pocos amigos.

‑¿Qué hora es? –preguntó medio dormido.

‑Las ocho en punto –contestó Carlos.

‑No has dormido, verdad –se interesó Toni.

‑No mucho. He descansado eso sí.

‑¿Cuál es el plan para hoy, qué has pensado?

‑Esperaremos un par de horas y llamaremos a los demás a ver cómo están, ¿te parece?

‑Por mí estupendo, tío. Pero antes habrá que desayunar, ¿no?


Una vez que se asearon y cargaron de combustible su organismo pasaron al salón para llamar a sus amigos.

Como habían previsto, había un colapso total, al intentar telefonear el mensaje era siempre el mismo: “Nuestras líneas están ocupadas, por favor, inténtelo más tarde”.

‑Imposible con mi móvil –afirmó Toni.

‑Bueno, para eso compramos los radioteléfonos –dijo con una sonrisa de triunfo Carlos.

‑Vale, vale, a mi no se me hubiera ocurrido, lo reconozco –confesó.

María y Jaime habían decidido pasar estos días con los padres de ella en su casa, en un pueblo de las afueras y dijeron que llamarían si había novedades. La conversación fue breve, no había ánimo para más.

La situación era bastante peor en otro lugar. Esther estaba enferma. Aunque Jorge le había inyectado la vacuna a la mañana siguiente, parece ser que había llegado tarde y no había hecho efecto. Sus padres estaban, según él, en las últimas, habían acudido a pasar la enfermedad con su hija.

El desenlace en todos los casos parecía que iba a ser fatal.

‑Joder Jorge está a punto de derrumbarse –comentó un también triste Carlos.

‑Qué te parece si me voy a su casa –sugirió Toni.

‑Magnífica idea, no vaya a ser que Jorge cometa alguna estupidez –le respondió su amigo.

‑¿Vas a ir a ver a Sonia?

‑No, en principio la llamaré. Si no me dice lo contrario, prefiero no ir allí a molestar –contestó dubitativo Carlos.

‑Venga tío, no te vengas abajo. Me llevo la moto, podré moverme mejor por la ciudad, ¿te parece?

‑Sí, perfecto, será lo mejor. Y llévate la pistola y tu radioteléfono, nunca se sabe…

‑No creo que me haga falta el arma, no seas alarmista –replicó Toni.

‑¡Coño, qué más te da! No te cuesta nada, en el peor de los casos no la desenfundarás, pero me sentiré más tranquilo si te la llevas –le reprendió Carlos.

‑Vale, vale, no discuto.

Se despidieron con un fuerte abrazo. –Cuídate y vuelve de una pieza, capullo –murmuró Carlos al borde de las lágrimas.Toni, visiblemente emocionado, no respondió. Salió de la casa, montó en su moto y se fue en dirección a La Coruña.

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