martes, 6 de mayo de 2008

Capítulo 13

Capítulo 13



–No, no he dicho eso. Soy un simple funcionario, no se consultan las cuestiones de estado conmigo. Me limito a recibir instrucciones e intentar cumplirlas. Ahora bien, si quieren mi opinión, pues sí, creo que mi país se defenderá con armas nucleares. Sobre todo si, como es de esperar ante un ataque biológico, la tasa de mortalidad es elevada. Y no creo que nos quedemos solos, si como parece es un problema global, probablemente tanto la OTAN como Rusia unan sus fuerzas.

–Pero coño, eso provocará un caos mundial, destruirán el planeta joder, ¿o piensa que Corea no contraatacará? –barruntó Jorge.

–Eso ya son conjeturas, no hay manera de saberlo y discutiéndolo aquí no vamos a solucionar nada, ¿no les parece? –finalizó Mike.

–¿Puede dejarnos solos un momento? –preguntó Carlos.

–Faltaría más, saldré a tomar el aire.

–¿Qué pensáis? ¿alguna idea? –comenzó Carlos.

–Creo que deberías entregarle las vacunas, parece un tío sincero y nos ha echado un cable ya –observó Jaime entre el silencio tenso.

–¿Cable, a que te refieres? –replicó Esther.

–¿Sólo yo tengo he tenido las orejas abiertas? –bromeó–, joder, si todo es cierto nos ha regalado unas horas preciosas. Se supone que nadie sabrá nada oficialmente hasta las doce, ¿no? Pues eso, tiempo que tenemos para nosotros antes que empiece a cundir el pánico.

–Sí, me parece justo dárselas, ¿alguna objeción? –preguntó Carlos mirándolos a todos–. De acuerdo entonces.

–Sr. Nichols, hemos decidido entregárselas –le expuso Carlos en cuanto entró–, pero me gustaría pedirle algo a cambio.

–Dígame, si está en mi mano lo haré.

–Usted aseveró que cundiría el caos y que habría disturbios. Nosotros sólo disponemos de una escopeta…

–Entiendo. Y supone usted que tengo armas a mi disposición –sonrió Mike.

–Vamos, vamos, no vaya de farol, no nos irá a decir que con lo que les gustan las armas a los norteamericanos no dispone en el consulado de ninguna. Además, no me equivoco al pensar que en ese avión que sale de Torrejón no sólo irán las vacunas, sino personal civil –interrumpió Toni.

–De acuerdo, de acuerdo –protestó–, ¿tienen licencia de armas?

–Pero qué mas da eso ya –gruñó Carlos–, ¿nos va a ayudar o no?

–No se enfaden –replicó calmado–, les ayudaré. Uno de ustedes me acompañará al consulado y allí veré qué les puedo conseguir, ¿les parece?

–Perfecto, yo le acompañaré –se ofreció Toni.

–Un consejo por si sucede lo peor, aprovisiónense, y busquen un sitio seguro donde quedarse. Gracias, señores, que les vaya bien –se despidió de todos estrechándoles la mano–, mucha suerte.

Carlos salió a despedirlos, –una curiosidad –dijo sonriente–, ¿y si no se las hubiésemos dado?

–Mis escoltas hubiesen entrado en la casa –contestó enseñando algo que parecía un diminuto micrófono–, y las hubiésemos tomado por la fuerza; pero mejor así.

Se despidieron estrechándose la mano, mirándose a los ojos, sin decir ni una palabra más. Ambos sabían que no volverían a verse nunca más, ¿o sí?

Se había olvidado de quedar con Toni. Corrió hacia la entrada de su finca haciendo señales al coche. –Joder el A4 azul, así que no era de Sanidad, –pensó riéndose–. El coche se detuvo, y cuando llegó a la altura de la puerta trasera se bajó la ventanilla.

–Tío, me olvidaba –jadeó debido a la carrera–, mañana te paso a buscar a las siete y media.

–Vale, toca madrugar –contestó Toni.

Volvió a entrar en su casa y los encontró a todos silenciosos y tristes, pensativos.

–Los que tenéis familia deberíais ir con ellos y contarles lo que sabemos, mi casa es vuestra, venid cuando queráis. Si… si les ocurre lo peor –balbuceó–, trasladaos aquí y juntos capearemos el temporal –prometió.

–Mañana iré a sacar del banco todo el dinero que pueda y luego a recoger a Toni para ir de compras. Estaremos en contacto a ver como evoluciona todo –expuso.

Todos asintieron con la cabeza.

–Bueno, nosotros nos vamos –dijo Jaime.

Los demás coincidieron con ellos en marcharse y se levantaron para despedirse. Carlos los acompañó hasta la puerta y se detuvo a preguntarle a Sonia si sus padres aún vivían en Vizcaya.

–Sí, –contestó ella afligida.

–¿Qué vas a hacer, te irás? –preguntó impaciente.

–No sé qué hacer, a lo mejor es arriesgado, en avión ya no me dará tiempo y en coche puede que ni llegue. Mañana te lo digo.

–Sabes que puedes quedarte aquí, por mí encantado.

–Lo sé –dijo ella despidiéndose con un beso en la mejilla–, hablamos mañana, adiós.


Cuando todos se fueron salió a comprobar el nivel de gasóleo del depósito y luego, antes de quedarse dormido, se dedicó durante casi una hora a hacer una lista de la compra muy especial, sin duda la más extraña de toda su vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Se deja leer tu historia, aunque parecen 3 distintas. ¿Las vas a unir, seguirán independientes...?

Un saludo

Anónimo dijo...

Al más puro estilo Koontz, si señor.