viernes, 23 de mayo de 2008

Capítulo 17

Capítulo 17

Pudieron hablar con todos sus amigos, a excepción de Sonia, cuyo teléfono estaba apagado. Todos prefirieron quedarse en casa con sus familiares. Lógico, pensó Carlos, sobre todo teniendo en cuenta que probablemente serían sus últimas horas juntos. Decidieron que Toni les llevaría los radioteléfonos y así podrían estar en contacto.

Carlos partió hacia el centro de salud, pero a mitad de camino tuvo que dar la vuelta. El atasco era monumental, la cola de vehículos pasaba de diez kilómetros y apenas se podía avanzar. Después de estar una hora en el atasco, volvió a su casa a esperar que llegase su amigo.

Toni, por su parte, tardó más de dos horas. –Joder no veas cómo está todo colapsado –comentó al regresar‑, en el centro comercial ha tenido que intervenir la policía.

‑Lo sé, he estado viendo la televisión un rato mientras te esperaba. Han comenzado los disturbios, sobre todo en los centros comerciales, incluso en alguna ciudad ha habido víctimas mortales ya. En Madrid, por ejemplo, han echado mano del ejército antes de lo esperado, para intentar contener al gentío. Parece ser que de seguir las cosas así han sugerido que hoy a las ocho se declarará el estado de excepción –anunció.

‑Tal y como dijo el norteamericano –exclamó Toni.

‑Parece ser que el tío sabía de lo que hablaba –dijo Carlos‑. Oye necesito llevarme tu moto, no he podido acercarme al centro de salud debido al caos de tráfico y estoy preocupado por ella.

‑Sin problema, toda tuya. Deberíais salir juntos; sois tal para cual.

‑Ya sabes que por mí encantado…‑confesó Carlos.

‑Bueno, te esperaré echando unas partiditas en tu videoconsola, que aun no he estrenado tu plasma, tendrás cerveza a enfriar, ¿no? –bromeó mientras se dirigía a la cocina.

La motocicleta era una Yamaha FZ6 Fazer, de color negro grafito. Sin ser de competición, sus noventa y ocho caballos de potencia servían perfectamente para salir airoso de cualquier situación y permitían conducirla cómodamente a velocidades superiores a los ciento cincuenta kilómetros por hora.

A Carlos le encantaba pilotar una moto y, ésta en particular la conocía bastante bien, ya había hecho más de mil kilómetros con ella. Le producía una sensación de libertad, casi euforia, que con el coche no lograba.

Le llevó casi una hora cubrir los apenas diez kilómetros que lo separaban del centro de salud. El atasco era monumental, un caos alimentado además por los muchos accidentes que se encontró en el camino.

Una vez allí la situación era peor. La entrada de urgencias estaba colapsada, la policía local y la seguridad privada apenas podían poner algo de orden. Los servicios sanitarios atendían a la gente en los accesos y en el mismo parking.

Desechó la idea de preguntar por Sonia en recepción, lo mandarían a hacer puñetas, y con razón. Entró por la puerta de urgencias y tuvo la suerte de encontrarse prácticamente de frente con Nuria.

‑Hola Carlos, ¿qué tal estás? –dijo con muestras visibles de agotamiento.

‑Bueno, parece que mucho mejor que tú. Ya veo que estáis hasta los topes y no quiero molestar más. ¿Dónde puedo encontrar a Sonia?

‑Ha bajado a echar una mano a urgencias, búscala por algún box.

‑Gracias. Oye, esto va a ir a peor, supongo que habrás oído las noticias, si en algún momento quieres venir a mi casa, no necesitas invitación.

A modo de respuesta, asintió y le dio un beso en la mejilla, alejándose a atender a más pacientes.


La encontró colocándole bien la almohada a una anciana que respiraba con dificultad. Se miraron y ella se derrumbó, rompiendo a llorar. Se acercó a ella y la abrazó. Salieron al pasillo para poder hablar con algo de intimidad.

‑Se está muriendo, no podemos hacer nada por ella –se quejó llorosa.

‑Entiendo, pero no es culpa tuya y lo sabes –la intentó consolar Carlos.

‑¡Hijos de puta! ¿Cómo puede alguien provocar tanto dolor?

‑No lo sé, me siento igual de impotente que tú, pero poco más se puede hacer por lo que veo –manifestó mirándola a los ojos.

‑Sí, pero eso no me hace sentir mejor –le contestó enfadada.

‑Cierto, sólo intentaba…

‑Lo siento mucho, perdóname –lo interrumpió besándole‑, estoy muy tensa.

‑No te disculpes, lo entiendo. Te estuve llamando y como no contestabas decidí acercarme a ver cómo estabas. Hemos hablado con los demás y, en principio, se van a quedar en casa con sus familias. ¿Qué vas a hacer tú? –inquirió preocupado.

‑Pues me voy a quedar aquí ayudando mientras aguante, por supuesto –afirmó segura.

‑Está bien, no voy a intentar convencerte de lo contrario. Toma –dijo entregándole un radioteléfono‑, es por si no puedes hablar conmigo por teléfono. Pon el canal cuatro y pulsa este botón –le señaló‑. Todo esto tiene aún peor pinta de lo que parece, así que si me necesitas llámame y vendré a buscarte –concluyó con preocupación.

‑No te preocupes, lo haré –asintió.

La abrazó y la besó, esta vez no como amigos.

‑Sabes que te…

‑Lo sé, no te preocupes más y vete –rogó Sonia mientras volvía con la anciana.


El viaje de vuelta fue más rápido, había menos atasco. Cuando llegó se encontró a Toni cómodamente estirado en el sofá, bebiendo una cerveza y jugando al fútbol en la videoconsola.

‑¿Cómo lo haces tío, cómo puedes desconectar así?

‑Bueno –sonrió‑, por mucho que me preocupe no van a desaparecer los problemas, ¿no te parece? Venga, tráete una cerveza, a ver si eres capaz de ganarme por una vez –le recordó riéndose.

Una vez sentado y ya jugando, seguía sin poder concentrarse, estaba muy tenso.

‑A ver tío, cálmate un poco y disfruta, joder, que te va a dar algo –advirtió Toni.

‑No me lo quito de la cabeza Toni, tengo un mal presentimiento y no logro deshacerme de él.

‑Gilipolleces hombre, lo que necesitas es una ducha y un vino de esos caros que tienes por ahí. No le des más vueltas, intenta relajarte –le aconsejó.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te acabo de descubrir, agradable sorpresa. Ánimo, creo que va bien.

Anónimo dijo...

Muy buen cuento
te felciito
un placer haberte leido
adios