viernes, 4 de abril de 2008

Capítulo 3

Capítulo 3

Encendió dos bengalas y las lanzó delante, a izquierda y derecha. La luz dejó entrever una estancia rectangular, con una singular mesa de unos dos metros de largo justo en medio, coronada por una hilera de velas apagadas.

–Te estaba esperando.

La voz era fuerte, grave, gutural. Había sonado a su derecha, sin embargo, allí no había nadie.

–¿Dónde estás engendro? –preguntó, buscándolo con la mirada.

–Aquí me tienes –y al momento apareció delante de él.

–¿De dónde había salido? ¿tan rápido era? –esas preguntas rondaban su mente, mientras lo observaba.

Tenía delante de él a un sujeto de casi 1,90, de pelo negro y largo, con unos ojos penetrantes e hipnóticos de un azul intensísimo, rostro amarillento y facciones cuadradas; era de una gran corpulencia. En su mejilla derecha se podía observar una cicatriz con forma de tres líneas paralelas de un centímetro de longitud y más bien gruesas. Vestía una especie de túnica negra que dejaba ver unas manos alargadas y huesudas, en cuyos dedos destacaban unas espantosas uñas negras y puntiagudas. Infundía temor con su sola presencia.

Con toda la velocidad y destreza que pudo, Singleton, acercó la mano derecha a su espalda y desenfundó de debajo de su camisa un pequeño revolver que llevaba oculto, mientras se arrodillaba para poder apuntar mejor. Extendió sus brazos, apuntó y disparó sus seis balas. Todas dieron en el torso de su oponente, no habría podido fallar, estaba a menos de dos metros. Increíblemente éste apenas se trastabilló y dio un paso hacia atrás. Singleton no se impresionó, sabía que esas balas sólo lo debilitarían unos segundos, así que, sin más dilación cogió el cuchillo que llevaba colgado en su cinturón y saltó hacia delante agarrando al ser por el cuello. Los dos cayeron al suelo forcejeando, Singleton logró ponerse encima a horcajadas, –podía lograrlo –pensaba. Sujetó el cuchillo firmemente y empezó a clavarlo en el corazón de su enemigo. La punta ya había hendido en su carne, cuando el ser lo asió brutalmente por el cuello, con una despiadada sonrisa de triunfo en su rostro, levantándolo con una fuerza descomunal, mientras con la otra mano le despojaba del cuchillo, fracturándole el brazo en la acción con extrema facilidad. El dolor lacerante le hizo gritar mientras era lanzado por los aires. Su espalda impactó contra la pared de la cabaña, se escuchó un sonoro “crac” y el golpe le hizo expulsar todo el aire de sus pulmones, a la vez que se rompía tres o cuatro vértebras. Entonces todo quedó a oscuras y en silencio.

Despertó con fuertes dolores de cabeza, pero extrañamente no le dolía ninguna otra parte de su cuerpo. Estaba acostado boca arriba, podía apreciar las vigas viejas y torcidas del techo de la cabaña y la luz de unas velas detrás de su cabeza. Al intentar moverse comprobó que no podía, se había roto la espalda. Intuyó que estaba sobre la mesa y entendió que había perdido la partida, nada podía hacer más salvo rezar, era su fin. –Maldición, ahora que está amaneciendo –pensó, viendo como los primeros rayos de sol se filtraban por las rendijas de la puerta.

–Veo que por fin has recuperado la consciencia –dijo la voz.

–Maldito seas, no lo lograrás, serás perseguido, no obtendrás descanso alguno ni paz, tu estirpe morirá contigo –gimió Singleton visiblemente alterado.

–¡Ja ja! –rió atronadoramente–, tus ojos no verán otro amanecer.

–Me reuniré con Dios, entonces.

–¿Dios? –Preguntó con sorna el ser–. ¡No hay Dios!

Entonces se inclinó hacia Singleton, y…

–Es… tu fin –logró balbucear, antes de exhalar por última vez y fallecer.

Sobresaltado por ese estertor final y también por sus agudos sentidos, el ser se giró, se acercó a la puerta de la cabaña y lo vio, – ¿Cómo era posible, habrían inventado un arma definitiva contra ellos? No, no era un arma. El destino quizá. Asumió su final, sonriendo, sabía que sería vengado, Singleton se había equivocado…

La brillante bola de fuego se fue haciendo más y más grande, era algo insólito, incluso bello. No llegó a tocar el suelo, explotó en el aire, suspendiéndose mayestática. Todos los seres vivos que estaban mirando el objeto en cien kilómetros a la redonda quedaron cegados para siempre, un segundo después, el ser, Singleton y todo el conjunto de cabañas quedó reducido a cenizas. El humo y los gases liberados se elevaron en el cielo en forma de hongo de unos sesenta kilómetros de alto y unos treinta de ancho. La onda expansiva destruyó toda vida en un radio de cincuenta kilómetros, arrancó árboles de cuajo y tumbó, dormidos para siempre, postrados ante tal poder de destrucción, a los más resistentes.

La mayoría de estaciones sismológicas del mundo registraron el fenómeno e identificaron el punto de impacto pero únicamente en una, la de Londres, alguien apellidado Duncan derramaba unas lágrimas, mientras rezaba una oración embargado de una profunda emoción. Se había logrado, pero no de la forma pensada. Habían pagado un precio muy alto, demasiado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que puñetas es esto ?