martes, 29 de abril de 2008

Capítulo 11

Capítulo 11


–Nuria, qué debemos hacer, cuál es tu opinión –cedió la palabra Carlos.

–Como ya te comenté, creo que estamos ante una epidemia provocada y, seguramente, con el paso de los días nos daremos cuenta que no es una gripe –aseveró.

–¿Qué crees que contienen las jeringas del maletín? –preguntó Toni.

–Lo más lógico sería que fuera una vacuna o una especie de antídoto, me inclino más por lo primero, ya que viene preparado para inyectar vía intramuscular, pero es imposible saberlo a ciencia cierta –aclaró Nuria.

–Entonces administrándonos una cada uno aún tendríamos dos de sobra –aseveró Carlos.

–Un momento, un momento, yo no pienso inyectarme nada de eso –interrumpió enfadada Esther–. Estáis formulando hipótesis, pero no sabemos nada con seguridad, ¿y si lo que nos inoculamos es la enfermedad en vez de la cura?

–Tranquilízate cariño –dijo Jorge abrazándola–, sólo estamos pensando en voz alta.

–Lo que es evidente es que el asiático fue claro y rotundo contigo, ¿no es así? –preguntó María.

–Sí, estoy convencido que decía la verdad y apostaría mi cabeza a que Nuria tiene razón –contestó Carlos con firmeza.

–La apuesta tiene fácil solución, ¿no crees? –le recordó Esther con sorna.

–Tienes razón, facilísima, por favor Nuria si eres tan amable, yo seré el primero –se ofreció Carlos señalando al maletín.

–Espera –exclamó Toni sujetándole del brazo‑, ¿estás seguro de lo que vas a hacer?

–No, en absoluto –replicó nervioso‑, pero durante la tarde he empezado a tener algún síntoma de gripe y creo firmemente en la palabra de un moribundo, así que me inyectaré esa sustancia y que pase lo que tenga que pasar, haced lo que os parezca, pero todos los que estáis aquí tenéis una oportunidad, igual que yo. Vosotros mismos.

Sonia y Nuria se miraron y asintieron. –Nosotras estamos de acuerdo contigo, también lo haremos –murmuró nerviosa Sonia.

–A mí me has convencido tío, no te voy a dejar divirtiéndote por ahí sólo –bromeó Toni.

–Nosotros también –añadió Jaime mirándole a los ojos despreocupado.

–¿Chicos? –preguntó Toni refiriéndose la pareja que faltaba.

–De ninguna manera –insistió con voz firme Esther–, esta vez no estamos todos juntos.

Carlos miró a Jorge y éste abrió los brazos encogiéndose de hombros –ella manda, –añadió algo incómodo.

–Está bien, acabemos de una vez, que las agujas me producen pánico –se quejó Toni con una sonrisa, relajando un poco la tensión reinante.

–Bien, Carlos, tráeme alcohol u otro desinfectante que tengas por ahí y un poco de algodón –ordenó la doctora tomando el control.

–Os pincharé en el hombro derecho, es una inyección intramuscular y no os dolerá en absoluto, ¿quién quiere ser el primero?

–Comienza conmigo, –contestó Sonia quitándose la camiseta con rubor.

Una vez que les inyectó a todos, pidió a Sonia que hiciese lo mismo con ella.

–¿Qué hacemos con las que sobran?, todos tenéis familia, pero un sorteo me parece un poco macabro… ¿hay alguna forma de reproducir esta vacuna, en caso que lo sea? –preguntó interesado Carlos.

–Supongo que se podría, pero no tengo los conocimientos ni el equipo necesario para ello –asintió descorazonada Nuria–. Guárdalas en el frigorífico, mañana intentaré ponerme en contacto con un antiguo compañero que trabaja para un laboratorio farmacéutico, a ver qué me dice.

–Bueno nosotros nos vamos ya, estamos un poco cansados –dijo Jorge.

–Espera, acompáñame a la cocina y te llevas el vino que te prometí –añadió Carlos guiñándole un ojo con complicidad.

–Toma –le dijo mientras le ofrecía una bolsa–, llevas dentro dos botellas de vino y una vacuna.

–Pero… ‑interrumpió.

–Pero nada, joder, te la llevas y punto. Adminístrasela mientras duerma o cuando quieras, te conozco y sé que opinabas como nosotros. ¡Nuria! –llamó–, puedes venir un momento, no sé en qué parte del frigorífico debo poner esto.

–Ponla en… –comenzó a decir Nuria cuando llegó.

–Discúlpame quería que vinieses sin que se enterase Esther, ¿puedes pincharlo aquí? –inquirió Carlos.

–Por supuesto –sonrió ella.

Una vez terminado, Carlos le dio un abrazo espontáneo –pónsela, no seas tonto tío– le susurró al oído.

Volvieron al salón y cuando estaban despidiéndose, alguien llamó a la puerta.

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