martes, 22 de abril de 2008

Capítulo 9

Capítulo 9

La primera en llegar fue Sonia y con bastante antelación, si eso ya le hizo preocuparse, cuando vio a Nuria, una doctora amiga suya, supo que había serios problemas.

Pasaron a la cocina, les sirvió una copa de vino y empezaron a hablar de temas triviales, hasta que la conversación derivó, inevitablemente, a la cuestión de la gripe.

–Le he contado a Nuria todo lo que sabemos –comenzó diciendo Sonia–, y al final decidimos que lo mejor sería que viniese y entre todos llegáramos a una conclusión.

–Siento haber venido sin invitación –se disculpó Nuria.

–No tienes que disculparte, faltaría más, en todo caso te agradezco que hayas venido –contestó Carlos con sinceridad.

–Mejor será que expongas tú lo que sabemos –sugirió Sonia mirándola.

–Bien, hemos contabilizado más de un centenar de casos de gripe hoy, y eso en un centro de salud que cubre una simple zona residencial. He contactado con una amiga que trabaja en el hospital Juan Canalejo de La Coruña y allí han estado desbordados, probablemente, según ella, han tenido más de dos mil pacientes con idénticos síntomas y parece ser que el resto de hospitales de la nación están igual de saturados. Estamos ante una epidemia en toda regla, no creo que el gobierno tarde en reaccionar, seguramente mañana por la mañana darán una rueda de prensa –expuso Nuria.

–¿Cuál es tu opinión? ¿Es una gripe? –preguntó Carlos con preocupación.

–Que se den tantos casos en un mismo día es prácticamente imposible. Creo que estamos ante una epidemia provocada, sin duda. La enfermedad no sigue el típico patrón de un primer o primeros pacientes muy localizados y luego una extensión progresiva. Estamos ante millares de enfermos al mismo tiempo y en todo el territorio nacional, está clarísimo. En cuanto a que sea gripe… no lo creo, pese a que inicialmente los síntomas son los mismos. ¿Pensáis que alguien que se tomase las molestias de propagar una enfermedad lo haría con una simple gripe, aunque fuere una de las más virulentas? yo sinceramente creo que no –concluyó con expresión bastante seria Nuria.

–¡Joder!, crees que puede ser una especie de ataque biológico, entonces –preguntó Sonia.

–Decídmelo vosotros, creo que tenéis algo que enseñarme –inquirió Nuria.

–¿Qué te parece si esperamos que lleguen mis amigos? –sugirió Carlos algo tenso.

–Perfecto –respondieron las dos casi al unísono.


Los primeros en llegar fueron Jorge y Esther. Tenían veintinueve y treinta años respectivamente; llevaban viviendo juntos dos años y medio y habían decidido pasar por el altar el próximo verano. Ambos eran administrativos de una multinacional de seguros, en la que se habían conocido. De carácter serio y algo reservado, Jorge, se sentía muy cómodo entre amigos y en el transcurso de las reuniones pasaba a ser uno de los más bromistas y divertidos, mientras que ella, más tranquila e introvertida, era su contrapunto perfecto.

Minutos más tarde y mientras estaban todos en el salón llegaron Jaime, María y Toni. Habían pasado a recoger a éste último porque tenía su coche en el taller. Jaime era un conductor de autobús urbano de treinta y siete años, extrovertido y campechano, se le echaba de menos cuando no estaba. María lo conoció hacía diez años, cuando conducía el autobús que la llevaba a la universidad y el flechazo había sido mutuo. Cuando ella cumplió los veintiocho, decidieron casarse. Ya habían pasado tres años y se notaba que eran muy felices. Recientemente habían decidido aprovechar su título de Odontóloga y montar una clínica dental que empezaba a dar sus frutos.

En cuanto a Toni, era el compañero de fatigas de Carlos, amigos desde la infancia y de aficiones y gustos muy parejos. Hace dos años había decidido dejar su trabajo de comercial y preparar unas oposiciones al cuerpo de bomberos. Las aprobó a la primera y llevaba ya tres meses en su nuevo empleo. A sus treinta años recién cumplidos se le veía más contento que nunca y no paraba de contar anécdotas que sucedían en su trabajo.

Después de los preceptivos saludos y presentaciones ‑no conocían a la doctora‑, tomaron asiento para cenar. María, gentil como siempre, ayudó a Carlos a servir la mesa. La cena fue sencilla y sabrosa, aunque no faltaron las bromas hacia el anfitrión y su poca pericia culinaria, bromas que como siempre aceptó de buen grado. –Por lo menos –se disculpaba siempre–, voy acertando con el vino.

–Tengo que contaros algo y, aprovechando que todos tenemos una copa y estamos más relajados, creo que es el momento adecuado. Por favor dejadme acabar y luego si queréis podéis hacer preguntas –rogó Carlos.

Todos asintieron en silencio, sobre todo al ver que tanto él como Sonia y Nuria estaban más bien serias y algo nerviosas.

Cuando concluyó la exposición de los hechos ya conocidos quiso añadir algo más.
–Además, he echado un vistazo rápido por internet y, tanto en Argentina como Chile se están dando casos, así como en Francia e Inglaterra. Supongo que podemos estar ante algo a escala mundial –finalizó con expresión muy seria.

–Bueno, la pregunta del millón la tendré que hacer yo, ya que tú no te decides a contarlo –dijo Jaime‑, ¿qué hay en el puto maletín?


Carlos se levantó asintiendo, salió de la estancia y regresó con un maletín metálico cuadrado, de unos cuarenta centímetros de lado y siete de grosor. Lo depositó sobre la mesa, lo abrió y mostró el contenido a los presentes. Todos parecían perplejos ante lo que veían y, menos él, hicieron sus cuentas mentalmente

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vas demasiado despacio tio, escribe más que empieza a enganchar

Ronco Track dijo...

colocas detalles que olvido fácil, si después están relacionados con la historia, me desenchufo de seguro.