viernes, 18 de abril de 2008

Capítulo 8

Capítulo 8


Londres, siete de la tarde hora local


Estaban estacionados a unos quince metros de la vivienda, en un conocido barrio residencial. Los dos agentes de policía estaban realizando una operación de vigilancia, la orden procedía directamente del ministerio, con lo que se puso en marcha en apenas un par de horas. Se encontraban en el interior de una furgoneta rotulada con el nombre de una empresa de reformas. En su interior había una completa minicentral de escucha y grabación. Los dos eran expertos en ese campo. No tenían órdenes de intervenir, sólo llamar a un número de teléfono en caso de que el sujeto apareciese por su domicilio.

–¿Has oído? Me ha parecido que algo rozaba la furgoneta –susurró Cooper.

–Yo no he oído nada, tómatelo con calma, esto será muy aburrido y seguramente no aparezca.


En el cuartel general del Servicio de Seguridad Británico (Popularmente conocido por el MI5), sito en Thames House, el oficial Charles esperaba impaciente una llamada en su despacho.
Pulsó un botón de su teléfono. –Dígame señor –contestó la voz de su secretaria.

–Póngame con Scotland Yard, el señor Louis Bock –ordenó.

–Le paso, señor.

–Dime Charles, preguntó una voz cansada al otro lado del teléfono.

–¿Cómo que dime? ¿Ha llegado la orden para la vigilancia? –preguntó exasperado.

–Claro, te envié la confirmación hace una hora. He mandado a un par de agentes.

–¿Dos hombres sólo? ¿Es que no sabéis leer, exigí un operativo completo? –rugió enfadado.

–Tranquilo son mis mejores hom…

–Eran –interrumpió impaciente–, a estas horas estarán muertos. Maldita sea, porqué siempre lo hacéis tan difícil –finalizó, colgando.

Salió de su despacho como un torbellino. –Avise al equipo, en cinco minutos en la sala de operaciones, totalmente armados –ordenó apresuradamente a su secretaria mientras corría ya escaleras abajo.

No llevaba ni dos minutos en la sala cuando llegaron sus hombres.

–Señores –comenzó–, la policía ha mandado dos hombres de vigilancia, si el sujeto se encontraba allí ya estarán muertos. Tenemos prioridad absoluta, ya están montando el dispositivo de tráfico para darnos vía libre. Las órdenes son sencillas, actúen por parejas según lo ensayado y disparen a matar, no duden o no lo contarán. ¿Alguna pregunta? Bien, vamos allá –concluyó.

Llegaron en dos vehículos y se desplegaron sin mediar palabra. La calle estaba cortada por la policía en ambos lados. Charles vio que la puerta de la furgoneta de vigilancia estaba abierta y maldijo en voz baja. Cuando llegó pudo observar dos cuerpos desplomados en el suelo y mucha sangre. No se paró a tomar sus constantes vitales, sabía cuales eran. Señaló hacia una casa y el equipo se dirigió allí, derribaron la puerta y entraron.

Estaba totalmente a oscuras, sólo la luz que equipaban sus fusiles de asalto penetraba algo en la negrura. Apenas los cuatro primeros agentes habían tomado posiciones cuando seis hombres salieron, sin hacer ruido, de las dos estancias de la planta inferior y atacaron con ferocidad. Sólo uno de los agentes dudó y le costó un limpio tajo en su vientre, producido por un simple cuchillo de cocina, por el que se empezaron a desparramar sus intestinos. El resto abrió fuego con milimétrica precisión, destrozando cinco cabezas en apenas dos segundos. El agente herido, perplejo, sabedor de su final y viendo como su agresor caía sobre él, reaccionó al fin abriendo fuego y, si bien no fue tan preciso como sus compañeros, logró vaciar el cargador y destrozar, literalmente, a su oponente antes de caer muerto.

Mientras esto ocurría, Charles y los otros tres agentes se dirigieron con presteza a la parte superior de la casa. Mientras subían se les echaron encima otros dos hombres que despacharon con facilidad, luego se dividieron por parejas y cada una entró en una habitación.

Chapman se desplomó nada más traspasar el umbral, Charles barrió la habitación de izquierda a derecha con una ráfaga, vació el cargador pero no vio nada, ni siquiera qué había alcanzado a su compañero. Tiró el fusil y desenfundó su pistola. No le valió de nada, algo golpeó su costado y lo derribó, perdiendo su arma. Mientras sacaba el cuchillo que llevaba oculto en la pernera de su pantalón, escuchó el sonido de la puerta al cerrarse.

–Charles, Charles Duncan, no te esperaba tan pronto –tronó una voz grave y penetrante.

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