jueves, 10 de abril de 2008

Capítulo 5

Capítulo 5


La Coruña (España), 27 de marzo de 2008

Carlos Sánchez era un hombre soltero de treinta años, alto, de constitución atlética, facciones marcadas, pelo negro frondoso salpicado ya de algunas canas y unos ojos azules y penetrantes. Acababa de llegar al aeropuerto, había viajado a Madrid para recibir de la aseguradora un imponente talón correspondiente a su indemnización por un accidente de tráfico que lo tuvo de baja durante casi dos años.

Después de casi un año y medio de durísima rehabilitación no le habían quedado secuelas físicas de importancia, tan sólo unas pequeñas molestias en su tobillo izquierdo cuando practicaba algún deporte intenso. Las otras heridas, las psicológicas, no se habían cerrado todavía –no viajaba sólo en el momento del accidente–, y dudaba que lo hicieran algún día, sin embargo, procuraba no exteriorizarlo.

Había adquirido un coche nuevo, un capricho que se podía permitir, ya que además del dinero de la aseguradora, obtuvo también una importante cantidad de su anterior empresa, debido a lo improcedente de su despido. Podría vivir sin trabajar, siempre y cuando no cometiera más excesos, aunque seguramente volvería al mundo laboral. Lo que tenía claro es que ya no lo haría como administrativo y sí como su propio jefe; ventajas de tener dinero.

Se dirigía con su flamante Volkswagen Touareg negro, un impresionante todoterreno de trescientos trece caballos de potencia, a su domicilio. Apenas había salido del aeropuerto cuando vio el siniestro. Nunca supo si fue el azar, el destino… pero lo evidente es que, casualidades o no, de no haber sido por su grave accidente no habría regresado hoy de Madrid, no se habría encontrado con Chin Fang y, probablemente, no hubiese salvado su vida.

Detuvo su automóvil apenas unos metros detrás del accidentado, era un Nissan Almera y se encontraba volcado en el arcén derecho. Encendió las luces de emergencia y salió inmediatamente de su vehículo. Cuando empezaba a dirigirse hacia el accidente vio que una persona intentaba salir por la ventanilla; echó a correr reprochándose su lentitud. Al llegar lo agarró por debajo de los hombros y tiró despacio. El hombre, se fijó en que era asiático, gemía de dolor y tenía un profundo corte que le cruzaba todo el lado derecho de su rostro así como un gran trozo de cristal incrustado en el abdomen. Cuando logró sacarlo del coche le llamó la atención un maletín metálico que asía con firmeza y que llevaba esposado a su mano. Se sentó en el suelo y lo recostó en sus piernas susurrándole unas palabras de ánimo, aunque en su fuero interno y apreciando las heridas que tenía, no hacía falta ser médico para saber que no pasaría de esta noche. Sacó el teléfono móvil de su bolsillo y cuando se disponía a llamar a los servicios de emergencia, el asiático, con renovadas energías lo sujetó por la muñeca a la vez que decía: –no hay tiempo, escucha.

–Tranquilo, amigo –le dijo Carlos profundamente sorprendido por su reacción–, sólo voy a avisar a una ambulancia.

–Lo que tengo que decirte es más importante… –contestó entre jadeos con la voz entrecortada.

–Me llamo Chin Fang y trabajo para…

–Eso no importa ahora –interrumpió Carlos pensando que deliraba.

–Silencio, déjame terminar, me lo agradecerás. Mi objetivo era verter una sustancia en el embalse que abastece a esta ciudad. He finalizado con éxito mi misión. Me dirigía al aeropuerto para volar hacia Madrid y luego salir hacia mi país, cuando he tenido este percance. Ya no veré de nuevo mi patria. Ahora viene lo importante, esto puede salvarte –dijo señalando el maletín–, la llave de las esposas está en un bolsillo de mi pantalón. Con mi muerte cerca alcanzo a discernir que he obrado mal, aunque he cumplido con mi deber. Sin embargo te doy una oportunidad, no la desperdicies y perdóname por… –concluyó entre estertores.

–No entiendo a qué viene esto, ¿a qué te estás refiriendo, que tipo de sustancia has vertido… qué…? –preguntó angustiado Carlos.

Pero ya no hubo más respuestas. Había logrado mantenerse con vida, en un esfuerzo supremo, el tiempo suficiente para mencionarle esos hechos.

Sin más dilación lo dejó cuidadosamente en el suelo, registró su bolsillo y con una de las llaves que encontró abrió las esposas y, pensando que alguien haría menos preguntas si no las encontraban con el cadáver, las guardó en su maletero junto con el maletín metálico. Luego llamó a una ambulancia, a la guardia civil y se sentó al lado de Chin, preguntándose si todo lo que le había revelado sería cierto y, de serlo, cómo debería actuar y a quién se lo diría. Mientras veía acercarse las luces de la ambulancia una última pregunta acudió a su mente: –¿Qué coño contendría el maletín?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Después de haber hablado con los empleados de asistencia en carretera, Carlos, ya en casa, abrió el maletín. Dentro, un muñeco de trapo, roído y con miles de agujas clavadas en una pelota de goma que hacía las veces de cabeza, sostenía un cartel que rezaba:

¡Te lo has creído tontolaba!

Jajajajaja. No, en serio, muy bueno el relato, te mantiene en vilo. Me guardo la URL para futuras visitas. ;D

Anónimo dijo...

Por cierto, no estaria mal que pusieras un feed a las entradas, más que nada por no tener que acceder cada dia a la página a ver si has escrito o no. Que lo tienes para los comentarios pero no para las entradas.

Deew

fano dijo...

Ya de cepillarse a la peña...., podía ser de Houston mejor ¿no? Me da a mi que va a palmar mucha peña....

Anónimo dijo...

Manejas bien la redacción aunque se nota que eres novato (eso no es malo, le das más frescura a la narración). Lástima que no publiques más veces a la semana, suerte y no lo dejes a medias

Anónimo dijo...

Dios, Dios!!!! Por un momento crei que era yo el prota curuñes. Pero no... otra vez será.
Desde mi punto de vista deberías corregir algunos errores de puntuacion. Cambiar algunas comas por puntos.
Creo también que deberías pararte un poco más en describir los lugares y los personajes (rasgos físicos y atuendos).
Aplaudo tu iniciativa literaria. Me gusta. Suerte.