lunes, 7 de abril de 2008

Capítulo 4

Capítulo 4

23 de marzo de 2008, en algún lugar de Pyongyang (Corea del Norte)


El general Min-ho Park estudiaba atentamente el dossier que le había entregado el coronel Bae Li.

– ¿Estos datos son correctos? ¿Me garantiza la efectividad que indican? –interrogó el general.

–Totalmente mi general, después de cuatro meses de pruebas, los científicos han llegado a la conclusión que la efectividad rondará el sesenta y cinco o el setenta por ciento. La propagación se conseguirá tanto por contacto físico como por aerosol, de manera similar a un simple catarro. También han constatado que en el agua dulce la propagación es excelente, incluso superior a los otros métodos –explicó Bae.

–Tenemos preparadas las vacunas necesarias para nuestro ejército y las personas que ha ordenado –añadió el coronel.

–Mis felicitaciones, lo ha conseguido con casi tres meses de adelanto –manifestó realmente sorprendido el general.

–Gracias mi general, es mi deber, por fin conseguiremos que nuestra nación logre la supremacía que merece –aseveró con orgullo Bae.

– ¿Cuándo sería capaz de ponerlo todo en marcha?

–Si me da la orden, en diez días nuestros agentes habrán acabado la distribución en sus respectivos países… a los quince reinará el caos mundial –afirmó con serenidad el coronel Bae.

–Ponga en marcha la operación y cierre las fronteras hoy mismo, imponga el toque de queda y envíe un comunicado a las embajadas explicando que es debido a unas maniobras militares, no pedirán más explicaciones –ordenó el general.

–A sus órdenes –respondió, acto seguido se cuadró, saludó marcialmente y salió de la habitación.
Min-ho se levantó y contempló la ciudad a través de su ventana. – ¿Cómo acabaría lo que estaba a punto de empezar? ¿Conseguiría sus objetivos? ¿Sería al fin la República Popular de Corea la “superpotencia” que debía ser? ¿Descubrirían sus planes?

Las preguntas se agolpaban en su mente, –el tiempo –exclamó en voz alta–, el tiempo será mi juez inexorable. Se dirigió a un armario que había en la habitación, recogió una jeringuilla que contenía quince centímetros cúbicos de un líquido lechoso y sin más dilación se la clavó en el hombro izquierdo e inyectó el líquido en su cuerpo. Luego la guardó en el armario y salió de su despacho rumbo a su domicilio, como otro día más.

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